Capitulo 30

El reloj marcaba las nueve y treinta cuando Ana Lucía arropó con cuidado a Emma. La niña dormía profundamente, con la boquita entreabierta y las pestañas largas descansando sobre sus mejillas sonrosadas. El cuarto olía a lavanda, y una suave música instrumental flotaba en el aire como un susurro.

Maximiliano se había mantenido cerca, observando desde la puerta con los brazos cruzados y el ceño levemente fruncido. No era por preocupación… era otra cosa. Algo que hervía bajo su piel desde el momento en que Ana Lucía cayó sobre él. Ese roce había sido breve, pero suficiente para prender la mecha de un incendio silencioso.

Cuando Ana se enderezó, evitando su mirada, él dio un paso al costado y le cedió el paso para salir. Ella caminó deprisa por el pasillo, apretando los labios, con el corazón retumbando en el pecho.

Pero apenas había llegado al borde de la escalera cuando escuchó el sonido inconfundible de la puerta cerrándose tras ellos.

—Ana Lucía —llamó su voz, grave, baja, como una o
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