Ana Lucía se levantó y se sorprendió al darse cuenta de que había amanecido y ella apenas y despertaba, los días sin dormir bien le pesaban. Se quedó observando a Emma aferrada a su brazo y sonrió, le hacía tan feliz verla ahí, demostrando que ninguna de ellas, eran las malas del cuento.
Salió a la sala y se encontró con un Maximiliano con el semblante tranquilo, dándole instrucciones a una chica de servicio, la misma que le avisó sobre la fiebre de Emma.
—Max... —Le habló Ana Lucía en un susurro.
Maximiliano se volteó y le sonrió. Acercándose a ella dejando un beso en sus labios.
—¿Dormiste bien? Emma no te quiso soltar en toda la noche. —Hablo con una sonrisa que reflejaba felicidad.
—Estoy feliz de tenerla.
Minutos después, el timbre sonó. Maximiliano se levantó de inmediato y abrió la puerta, dejando pasar al doctor, un pediatra de confianza que había sido su compañero de universidad. Era un hombre de mediana edad, de semblante sereno, con una maleta negra en la mano.
—¿Dónde está