La tarde caía con pereza sobre la Ciudad, bañando las calles con una luz cálida que parecía suavizar hasta los edificios más fríos.. Pero Dylan Montenegro no tenía ni un segundo para apreciar el paisaje. La desesperación latía en su pecho como un tambor incesante mientras su chofer lo llevaba directamente a la casa de Aníbal Suárez.
En el interior del auto, el aire acondicionado mantenía la temperatura agradable, pero Dylan sentía que ardía por dentro. Sus manos estaban tensas, aferradas a su teléfono, como si la presión de sus dedos pudiera arrancarle la llamada o el mensaje que tanto esperaba. La pantalla permanecía en silencio, indiferente a su urgencia.
—¿Seguro que no está en la universidad? —preguntó por segunda vez, rompiendo el silencio que pesaba como plomo.
El chofer tragó saliva antes de responder, manteniendo la mirada en el camino.
—No señor. Revisé todas las aulas, pregunté por ella… la señora Greeicy no está allí.
Dyla