7. Sombras del Linaje

La noche no caía en Umbra Noctis. Se desplegaba. Como una sombra que se arrastra por los huesos del bosque, como una promesa envenenada. En medio de la espesura, Raven avanzaba sin hacer ruido, cada pisada calculada, cada músculo alerta. Bajo la tenue luz de una luna encapotada, su silueta parecía más bestia que hombre.

La manada lo esperaba en el claro del sur, donde los árboles formaban un círculo natural, tan antiguo como el juramento que los unía. El aire olía a tierra mojada, a savia rota, a poder contenido. Kael, su beta, ya estaba allí. Detrás de él, los más jóvenes murmuraban entre sí, impacientes, nerviosos.

-- Estamos al borde, Alpha. Lo sientes, ¿verdad? --

Raven no respondió. No con palabras.

Cerró los ojos. Sintió el latido de la tierra bajo sus pies, los susurros de los espíritus del bosque rozando sus pensamientos. La Luna Roja aún no había ascendido, pero su presencia era un temblor en la sangre. Lo reconocía por el sabor metálico en su boca, por la tensión en su nuca, por las visiones que lo asaltaban cuando soñaba.

No le hacía falta mirar a Kael para saber que su mirada era de preocupación, no de rebelión. La lealtad entre ellos estaba sellada en batalla y pérdida.

-- Está despertando. -- murmuró Raven por fin, sin abrir los ojos. -- Ella. Y algo más con ella. Algo que la sigue desde antes de que este bosque tuviera nombre. --

Un silencio reverencial se instaló entre los presentes. Uno de los más jóvenes bajó la cabeza, inquieto. Otro se santiguó con un gesto antiguo, más superstición que fe.

-- ¿Y si no puede contenerlo? -- preguntó Kael.

-- Entonces nosotros debemos hacerlo. Aunque nos cueste todo. --

Horas después, el mismo hombre que lideraba a los suyos como lobo, caminaba entre estudiantes como uno más. En la universidad, Raven era el joven enigmático que hablaba poco y aprobaba todo. El que evitaba las fiestas, pero que todos miraban. El que cargaba con un misterio que nadie sabía nombrar, pero que todos sentían.

Se detuvo frente a una de las ventanas del pabellón antiguo. Su reflejo le devolvió una imagen que no reconocía del todo. El hombre estaba allí, pero detrás de sus ojos aún brillaba la mirada del Alpha. Esa dualidad lo desgastaba. Ser lobo entre humanos. Ser humano entre lobos. Y en medio, Ailén. La chispa que estaba incendiando todo su mundo.

Fue entonces cuando Liora apareció, como si el destino la hubiese convocado.

-- No disimulas tan bien como crees. --

Su voz tenía esa mezcla de ironía y ternura que la caracterizaba.

-- Tienes la mirada de quien está a punto de huir. O de atacar. --

Raven no giró. Solo respondió con voz baja:

-- A veces no sé cuál de las dos cosas haría primero. --

Liora se colocó a su lado, mirando también su reflejo en el vidrio. No llevaban uniforme sobrenatural ni armas visibles, pero ambos sabían que eran soldados de una guerra que los humanos aún no imaginaban.

-- Fuiste a la torre. -- dijo él, más como una afirmación que como una pregunta.

Ella asintió. El viento levantó un mechón de su cabello y lo empujó hacia atrás.

-- No era una torre, no del todo. Era una herida abierta. Tiempo detenido. Paredes que respiraban. Me mostró cosas. Fragmentos. Rostros sin nombre. Una Ailén que no era Ailén, cubierta de ceniza y luz, llorando sangre frente a un altar. --

Raven cerró los ojos un instante. La imagen lo atravesó como un recuerdo robado.

-- ¿Qué más viste? --

-- No vi. Escuché. Voces antiguas. Una repetía su nombre, una y otra vez, como una plegaria... o una condena. Y otra me llamó por mi nombre. Sabía quién era yo. Me dijo que debía protegerla, que el linaje se estaba reescribiendo. Como si ella fuera la llave, pero también la cerradura. --

Se quedaron en silencio. No era necesario decir más.

Hasta que Liora habló, más suave:

-- ¿Aún crees que puedes salvarla sin perderte tú en el intento? --

Raven giró por fin, con una expresión que no era miedo ni determinación, sino una mezcla cruda de ambas.

-- No lo sé. Pero si no lo intento, entonces la Luna Roja no será lo peor que nos ocurra. –

Esa noche, ya lejos de los pasillos de piedra y las palabras rotas, Raven volvió al bosque. La manada dormía, pero él no podía. Caminó hasta los límites del territorio, donde los árboles se tornaban más antiguos y la oscuridad más espesa.

Allí, bajo la copa de un roble que conocía su nombre, se arrodilló. No como Alpha. No como guerrero.

Como hombre.

Apoyó una mano en la tierra húmeda. Sintió el eco de lo que se avecinaba.

Una figura lejana, hecha de sombra y carne, se deslizó entre los árboles. No se atrevió a acercarse más. Pero él la sintió.

El linaje la llamaba.

Y la Luna... también.

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