52. El final del Hombre Lobo
El bosque respiraba con la calma que solo la batalla terminada puede traer. El suelo estaba manchado de tierra y sangre, el viento movía las hojas caídas mientras los hombres lobos se mantenían en guardia. En el centro, Kael yacía en el suelo, débil, sus fuerzas agotadas, una herida profunda en su costado de la que manaba un hilo carmesí.
Raven, de pie frente a él, con la respiración entrecortada, sus ojos fijos en el cuerpo de aquel que había sido como un hermano, sostenía una espada de plata que uno de los hombres de Kael había llevado. El metal brillaba con un brillo helado bajo la luz de la luna.
Pero, en vez de clavarla en el cuerpo de Kael, Raven la hundió en la tierra, justo frente a sus pies.
-- No eres tú quien debo matar, hermano -- dijo con voz firme, un nudo de dolor apretándole la garganta --. No esta noche.
Kael abrió los ojos, mirándolo con una mezcla de incredulidad y resentimiento. Los segundos se volvieron eternos mientras Raven se mantenía firme, una imagen de forta