Azura
El entrenamiento comenzó con ejercicios básicos. Calentamiento, control de respiración, estiramientos. Nada que pareciera extraordinario… hasta que me di cuenta de que cada movimiento era una prueba. Theo no era indulgente. Me exigía precisión. Técnica. Y cuando fallaba —porque sí, fallé muchas veces—, lo corregía con paciencia, pero sin suavidad.
—Tu centro de equilibrio está muy alto —dijo, después de que caí por tercera vez durante un intento de giro defensivo—. Baja más las caderas. Usa la fuerza desde los tobillos, no desde los hombros.
Mi respiración ya era pesada, el sudor comenzaba a empapar la ropa. Grayson observaba desde un lado de la arena, los brazos cruzados sobre el pecho. No decía nada. Pero sabía que estaba midiendo cada uno de mis pasos. De mis errores. Y eso me hacía querer más. Hacerlo bien. Ser digna.
—Otra vez —gruñí, sacudiéndome el polvo del brazo.
Theo asintió.
Repetimos. Una y otra vez. Patadas, bloqueos, giros, escape de agarres. Cada intento parecía u