Seguimos en aquella posición hasta que llegamos al piso 52. Serena y su novio fueron los primeros en salir del ascensor y después nosotros. Se despidieron cortésmente y se encaminaron al restaurante, mientras que yo, nerviosa y horrorizada, apenas podía caminar por la impresión.
Dejé que Barnaby se adelantara unos pasos y me recargué en una columna para respirar. Agarré mi frente y sacudí la cabeza.
—Tengo que salir de aquí—dije y noté que había comenzado a sudar frío. ¿Cómo que su maldita novia? ¿A qué estaba jugando?
—¿Te sientes bien?
Él se acercó a mí y me agarró del hombro, pero rechacé su tacto.
—No sé a qué estás jugando, pero yo no deseo participar. Me largo a casa—sisé.
—Te advertí que en la cena hablaríamos, ahora vamos—espetó con rudeza. Había vuelto a cambiar de humor y yo no iba a permitir que me tratara como un zapato viejo.
—No tengo por qué seguir tus malditas órdenes, Flynn. Déjame en paz. Solo sigamos con el trato y listo. Todos felices.
—Vamos a cenar, ahora—repit