En vez de decirle algo al respecto, pasé por su lado, dirigiéndome hacia la puerta, con la intención de marcharme. Nuestra conversación había concluido y no podía perder más el tiempo.
Empero, sentí su mano sobre mi antebrazo, deteniéndome abruptamente.
Volví la cabeza para verlo y fruncí el ceño. Él me miraba de hito en hito, calculando el terreno.
—Quítame la mano de encima—ladré y traté de zafarme, pero fue imposible.
—Nunca me han dicho que no—me informó con voz oscura y autoritaria, pretendiendo intimidarme—y tú, tonta niña ingenua, no serás la maldita excepción.
Algo en sus ojos cambió. Su temperamento estaba comenzando a salir en su máximo esplendor y enseguida recordé el episodio de la farmacia y las palabras de Keith.
Barnaby era un hombre impulsivo y temperamental, no tanto como su primo, pero lo era. Y yo no estaba en condiciones de poder defenderme si en caso me atacaba físicamente.
—¡Saluda a tu primera vez!—exclamé, al tiempo que me las ingeniaba para apartar su mano