El lunes siguiente, Clara y Lucas regresaron a su rutina con energías renovadas. El fin de semana en la cabaña les había recordado la importancia de detenerse, respirar y reconectarse. Clara se instaló en su escritorio temprano, con una taza de café en una mano y su cuaderno en la otra. El deseo de escribir la embargaba, pero al intentar plasmar sus ideas en papel, todo parecía disperso.
Las frases comenzaban bien, pero se deshacían a mitad del camino. Volvía al inicio. Tachaba. Reescribía. Volvía a dudar. El silencio de la casa no ayudaba. Sentía una presión interna difícil de ignorar.
—¿Qué te pasa? —preguntó Lucas al asomarse por la puerta, al notar su ceño fruncido.
—Estoy bloqueada. Tenía tantas ideas, pero ahora siento que nada tiene sentido —respondió Clara, soltando el lápiz con frustración.
Lucas se acercó, apoyó una mano cálida sobre su espalda y le sonrió con ternura.
—Tal vez necesitas alejarte un poco. A veces, descansar es justo lo que tu mente necesita para reordenarse.