La mañana siguiente comenzó con una calma deliciosa. Clara se despertó temprano, sintiéndose renovada tras la noche de escritura. Lucas aún dormía profundamente, con el rostro relajado y una ligera sonrisa en los labios. Clara, sin hacer ruido, se levantó, se puso una bata ligera y fue directa a la cocina a preparar café.
La luz del sol entraba suavemente por la ventana, proyectando sombras doradas sobre el suelo del comedor. Con su taza humeante entre las manos, Clara se sentó frente a su portátil, dispuesta a aprovechar la inspiración que aún sentía latente. El silencio era acogedor, solo interrumpido por el canto lejano de los pájaros y el sonido del teclado mientras sus dedos escribían con soltura.
Las palabras fluían con una naturalidad que no experimentaba desde hacía semanas. Clara sentía que, por fin, había recuperado su ritmo. No llevaba ni una hora concentrada cuando el timbre de la puerta sonó, sacándola de su mundo creativo.
Frunció el ceño, sorprendida. No esperaba visita