La semana siguiente pasó con una rapidez inesperada, envuelta en la rutina habitual que, aunque conocida, ahora parecía tener un nuevo matiz. Clara retomó sus horarios, sus pendientes y su vida cotidiana, pero algo dentro de ella había cambiado. Era como si la calma que había encontrado junto al mar se hubiese quedado atrapada entre sus pensamientos, sus gestos, sus silencios. Había una nueva serenidad en su manera de moverse, en cómo observaba las cosas simples del día a día.
Cada mañana, al despertar junto a Lucas, sentía con más fuerza esa conexión sutil y firme que los unía. Ya no era solo amor lo que compartían, sino una complicidad silenciosa, una alianza profunda que iba más allá de los gestos. Él no solo le había dado apoyo durante su bloqueo creativo, le había dado algo mucho más valioso: confianza. Y eso era precisamente lo que la impulsaba a seguir escribiendo, incluso en los días en que las palabras no llegaban con facilidad.
Una mañana, mientras desayunaban en la pequeña