El día siguiente comenzó con la misma rutina que Clara había aprendido a disfrutar. Las cortinas dejaban pasar la luz tenue del amanecer, y el aroma del café recién hecho llenaba la cocina. Mientras sostenía su taza entre las manos, sintió que, poco a poco, todo en su vida comenzaba a encontrar un equilibrio. Las semanas anteriores habían sido un torbellino de emociones, bloqueos, inspiración y redescubrimientos, pero ahora, en medio de la aparente normalidad, había algo nuevo: serenidad.
Había encontrado su propio ritmo, no solo en la escritura, sino también en la vida. Las mañanas ya no eran una carrera contra el tiempo ni una lucha con las ideas que no llegaban. Eran momentos que podía disfrutar, respirar, observar. Pero, aunque no lo reconociera de inmediato, algo más comenzaba a asentarse en su corazón: la certeza de que no estaba sola en su camino.
A media mañana, mientras organizaba algunas notas frente a su escritorio, recibió un mensaje de Mariana, su agente. Clara no lo espe