Faltaban apenas tres días para la boda, y Clara y Lucas se encontraban en el salón de eventos, dando los toques finales a la decoración junto a Ana, la encargada del montaje. El espacio, ubicado en una antigua casona con vista al mar, estaba comenzando a transformarse en el escenario de sus sueños. Las telas suaves colgaban del techo, las guirnaldas de luces estaban siendo colocadas con precisión, y las flores llenaban el aire con su aroma fresco y dulce.
Ana, una mujer de mediana edad con manos rápidas y una mente creativa, recorría el salón junto a ellos, anotando sugerencias y ajustando detalles.
—Creo que las luces de esta sección podrían tener un tono más cálido —sugirió Clara mientras observaba el rincón donde se celebraría la ceremonia civil—. Quizás en dorado, para que combine con los arreglos florales y dé una sensación más íntima.
Ana asintió con una sonrisa.
—Buena idea. Hará que el lugar se vea aún más mágico cuando empiece a caer la tarde.
Lucas, que había estado revisand