Capítulo 8 Despedida Final
Escarlata

La maldición corría por mis venas, ardiendo como fuego líquido. Sin el anillo que me protegía, sentía cómo la muerte se acercaba con cada respiro. Me temblaban las manos al mirarlas, viendo esas venas negras que palpitaban bajo mi piel.

Abrí el cajón y saqué una daga plateada. Un solo corte bastaría para acabar con todo: el dolor, la traición… Ya no tendría que ver cómo Luciano formaba su familia con otra.

Levanté la daga hacia mi muñeca, pero de repente Bobby saltó, quitándomela de la mano. La daga cayó al suelo mientras él se paraba sobre ella, ladrando frenéticamente.

—Bobby, muévete —susurré, con la voz rota.

Pero él se mantuvo firme sobre la daga, con sus ojos fijos en mí.

Gimió y se frotó contra mis piernas. Sin poder evitarlo, me derrumbé de rodillas junto a él. Su cálida lengua lamió mis lágrimas, sin apartar la mirada de la daga.

—¿Por qué me detienes? —le pregunté entre sollozos—. Ellos pueden ser felices mientras yo muero sola.

Bobby empujó mi mano con su nariz. En sus ojos no había juicio, solo amor incondicional. Mirando su leal rostro, algo dentro de mí cambió.

No. No les daría la satisfacción de mi muerte silenciosa. Si iba a morir, me aseguraría de que Luciano me recordara cada segundo de su vida. Haría que cada aliento suyo supiera a culpa. Que cada vez que cerrara los ojos, me viera a mí. Que se despertara cada mañana ahogado en arrepentimiento, y que no pudiera mirarse al espejo sin ver mi fantasma.

Con mi determinación renovada, me senté frente al escritorio y tomé unas hojas en blanco. Esta sería mi última carta, la que lo atormentaría por siempre.

Bobby descansó a mis pies, como un guardián fiel, dándome fuerzas con su simple presencia.

Cuando terminé, llamé a Sara. Mi mejor amiga llegó en minutos, casi tumbando mi puerta por la desesperación.

—¡Escarlata! —jadeó cuando me vio—. ¡Por todos los cielos, te ves terrible! ¿Qué te sucedió?

Le entregué la caja con las cartas, con manos temblorosas.

—Necesito que hagas algo por mí.

—Lo que sea —me dijo de inmediato, antes de abrir la caja. Sus ojos se agrandaron mientras leía las primeras líneas de la carta superior—. Escarlata... ¿estas son sobre Luciano y Lilia?

—¿Lo sabías? —mi voz se quebró.

A Sara se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Toda la manada lo sabe. Quería decírtelo, pero no podía soportar romper tu corazón.

—Eso ya no importa. —Apreté sus manos—. Después de que me haya ido, quiero que le hagas llegar estas cartas a Luciano. Una carta cada dos días, en ese orden. ¿Me harías ese favor?

—¿Cómo que te vas a ir? —preguntó, tomándome por los hombros—. Escarlata, soy tu mejor amiga. Dime qué está pasando.

—Me estoy muriendo, Sara —le confesé finalmente—. Llevo tiempo así.

—No —sacudió la cabeza con desesperación—. Vamos a buscar ayuda. Podemos hablar con el Dr. Kane...

—No hay cura. —Toqué las venas negras en mi brazo—. Es por una maldición que acepté para salvar a Luciano hace cinco años. El anillo la mantenía a raya… pero ahora…

—¿El anillo que le diste a esa bruja? —El rostro de Sara se endureció de rabia—. La mataré yo misma…

—No —negué con firmeza—. Solo prométeme que le entregarás las cartas. Él necesita entender lo que ha hecho. Prométemelo.

Ella apretó la caja contra su pecho, con lágrimas corriendo por su rostro.

—Lo prometo. Pero Escarlata... no puedo simplemente dejarte morir.

La abracé fuertemente, grabando en mi memoria lo que significaba su amistad.

—Has sido la mejor amiga que cualquiera pudiera desear. Gracias por todo.

Cuando se marchó, todavía protestando, recorrí la casa que una vez había sido mi hogar, y, cada foto, cada recuerdo, cada rastro de mi vida con Luciano terminó en el fuego de la chimenea.

Observé cómo se quemaba nuestro retrato de boda, recordando lo feliz que había sido ese día. El Luciano de la foto me sonreía, sus ojos llenos de promesas que nunca tuvo intención de cumplir.

La maldición volvió a manifestarse, haciéndome tambalear. De pronto, sentí que ya no pertenecía a esa casa, como si estuviera contaminada por las mentiras y la traición. Las paredes parecían cerrarse sobre mí, asfixiándome con todos esos recuerdos de una falsa felicidad.

A través de mi visión borrosa, distinguí una figura a lo lejos: el joven Luciano de hace seis años, parado bajo la lluvia.

Los recuerdos me golpearon sin piedad, transportándome a aquel día de tormenta, cuando quedamos atrapados en la cueva. Yo apenas me recuperaba de una herida causada por una daga plateada. La lluvia caía con fuerza, colándose por las grietas y dejándonos empapados y temblorosos. Luciano me cubrió con su abrigo y me abrazó contra su cuerpo, compartiendo su calor para protegerme del frío.

—Siempre te protegeré —me había prometido con esa cara joven y sincera—. No importa qué pase, ni quién se meta contigo, siempre voy a estar ahí.

—¿Aunque no tenga loba? —le había preguntado, expresando mi miedo más profundo.

—No necesitas una loba —había respondido con fiereza—. Tu corazón es más fuerte que cualquier lobo. Y un día, cuando sea Alfa, te haré mi Luna. Les mostraremos a todos que la verdadera fuerza viene del corazón, no de lo que podamos convertirnos.

Entonces, me besó por primera vez.

Ahora la imagen de aquel Luciano me mira con tristeza en sus ojos.

—No lo perdones —susurró—. No dejes que olvide lo que ha tirado a la basura.

El gemido de Bobby me devolvió a la realidad, recordándome que aún había un lugar importante al que debía ir. Cada paso era una tortura, pero Bobby y yo nos encaminamos hacia nuestra cueva, aquel refugio donde Luciano había prometido por primera vez protegerme, amarme, hacerme su Luna.

Las viejas paredes de piedra me recibieron como a una vieja amiga. Me derrumbé en el suelo cuando mis fuerzas por fin me abandonaron.

Bobby se acurrucó a mi lado, y su calor fue el único consuelo mientras la oscuridad se apoderaba de mi visión. La maldición ya había envenenado mi corazón.

—Lo siento, pequeño —le susurré a Bobby—. Me estoy muriendo… pero estoy segura de que encontrarás un nuevo dueño.

La maldición dio su último golpe, y todo se volvió negro.

Cuando abrí los ojos de nuevo, estaba parada junto a mi cuerpo. Ahora no era más que un alma. Bobby seguía ahí, gimiendo y empujando mi cuerpo sin vida, tratando de despertarme.

Y entonces, algo me arrastró. Un destello de luz blanca me envolvió y una fuerza invisible me llevó directo junto a Luciano.

Lo sentí moverse por la casa, al fin dándose cuenta de que algo no andaba bien. Mi espíritu lo seguía, observando cómo el pánico poco a poco se iba dibujando en su rostro.

—¡María! —llamó a nuestra sirvienta—. ¿Dónde está Escarlata? ¿Alguien la ha visto hoy?

—No, Alfa. No desde esta mañana —respondió la criada, retorciendo sus manos con nerviosismo.

Observé cómo la angustia que se apoderó de su rostro. ¡Perfecto! Era justo que se preocupara y me buscara.

Mi cuerpo había muerto, pero mi venganza apenas comenzaba.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP