Escarlata
Al terminar la carta, mi celular vibró con un mensaje. Al leerlo, sentí cómo la sangre me hervía de nuevo.
En la pantalla aparecían varias fotos que Lilia me había enviado.
La primera foto era de Luciano y ella en la cama, desnudos y entrelazados sobre sábanas blancas, como gusanos. Él estaba encima de ella, con sus dedos enredados en su largo cabello y sus labios recorriéndole el cuello.
La segunda foto los mostraba en un restaurante elegante. Luciano llevaba el traje azul que había planchado la semana pasada. Le daba pastel de chocolate a Lilia con el tenedor, y se miraban fijamente, sonriendo con intimidad.
La tercera foto me revolvió el estómago: Lilia montada sobre Luciano en el sofá de su oficina, con el vestido rojo subido hasta la cintura, mientras él ponía sus manos en sus muslos y hundía su cara entre sus pechos. Justo en esa oficina… donde tantas veces le había llevado el almuerzo, y habíamos compartido comida, sentados en ese mismo sofá.
Mis manos temblaban tanto que casi dejé caer el celular. Bobby gimió al sentir mi angustia, y se pegó a mis piernas, tibio, presente.
La maldición me siguió atacando, y sentí cómo la magia negra corría por mis venas. A tientas, agarré mi frasco de medicinas y apenas logré tragarme las pastillas.
Bobby me lamió la mano mientras me dejaba caer al suelo esperando que la medicina hiciera efecto. Al ver sus grandes ojos marrones llenos de preocupación, no pude contener las lágrimas.
—Estoy bien, pequeño —susurré, aunque ambos sabíamos que era mentira.
Entonces la puerta principal se abrió, y escuché los pasos familiares de Luciano. Me limpié rápidamente el rostro y, tras guardar el teléfono, me levanté.
—¿Escarlata? —me llamó con tono suave, entrando al estudio. Al verme, se detuvo en seco, mirándome con preocupación—. Mi amor, estás tan pálida... ¿Qué pasó?
—Solo estoy cansada —me excusé, forzando una nueva sonrisa.
—No, algo te pasa —aseguró, cruzando la habitación en dos zancadas, acunando mi rostro entre sus manos—. Dime qué te está molestando, mi corazón.
La ternura de su caricia casi me derrumbó. ¿Cómo podía ser tan gentil conmigo mientras al mismo tiempo me traicionaba?
Desapareció por un momento. Y, al regresar, traía algo que me apretó el corazón: el viejo oso de peluche que me había regalado durante nuestros días más oscuros.
—¿Recuerdas al Señor Abrazos? —preguntó, mientras lo colocaba en mis brazos, y, con su pulgar, me limpió una lágrima que no me había dado cuenta de que había caído—. Él siempre supo cómo hacerte sonreír.
—¿Lo has guardado todo este tiempo? —pregunté con voz temblorosa.
—Por supuesto —asintió, atrayéndome hacia él, apoyando su barbilla en mi cabeza—. Guardo todo lo que me recuerda a nosotros… y a lo lejos que hemos llegado juntos.
Lo recordaba. Los recuerdos regresaron de golpe, sin que pudiera evitarlo.
Entonces, éramos prisioneros, atrapados en las celdas de la Manada Sombra. Luciano se humillaba ante los guardias Omega, suplicándoles que me dieran comida decente.
—¿Recuerdas lo que solías hacer? —le pregunté con suavidad—. ¿Cuándo la comida era demasiado dura para masticarla?
Él soltó una risa profunda que sentí vibrar en su pecho.
—¿Cómo olvidarlo? Jugaba a ser crítico culinario con el Señor Abrazos. «Mmm, esta papilla está de lujo, mi amor, con ese toque especial que solo una celda puede darle».
A pesar de todo, me encontré sonriendo ante el recuerdo.
—Y mira qué más traje —añadió, sacando una caja negra que reconocí al instante—. Tu favorito: pastel de chocolate con cerezas, el de esa pequeña pastelería que te encanta.
Ver ese pastel hizo me revolvió el estómago. ¿Cuántas veces había comprado este mismo para Lilia? ¿También se lo había dado de comer, como lo había hecho en esa foto?
—¿Escarlata? —Se acercó, preocupado—. ¿Qué te pasa?
Miré al oso en mis brazos, recordando una promesa hecha hace mucho tiempo.
—¿Recuerdas lo que te dije? —pregunté en apenas un susurro—. Cuando te dije que, si alguna vez me traicionabas, nunca habría una segunda oportunidad.
Vi el pánico en sus ojos, aunque trató de ocultarlo rápido. Claro, creía que sin mi loba no podía darme cuenta de su engaño, que su secreto estaba seguro.
—Escarlata, mi amor —murmuró, tomándome de las manos—. Eres mi única Luna, mi corazón. Nunca te traicionaría. Te amo y te amaré solo a ti por el resto de mi vida.
Mentía con tanta facilidad, igual que cuando estábamos en la celda y juró protegerme para siempre.
***
A la mañana siguiente, me desperté cuando Luciano apartaba suavemente el cabello de mi cara.
—Despierta, mi Luna —sonrió—. Tengo una sorpresa para ti.
Había preparado una ceremonia para pedir por mi salud y por nuestro futuro. Se me encogió el corazón al ver a Lilia entre los presentes, pero mantuve mi compostura.
Justo antes de que comenzara la ceremonia, Lilia de repente se derrumbó, llevándose las manos al vientre.
—¡El bebé! —gritó—. ¡Algo anda mal! ¡Me duele mucho!
El médico de la manada corrió hacia ella.
—¡Está envenenada! ¡Necesitamos curarla con magia poderosa de inmediato!
Lilia me miró directamente a los ojos.
—Luna Escarlata —jadeó—. Tu anillo... escuché que tiene propiedades curativas. Por favor... salva a mi bebé...
Noté cómo Luciano se debatía internamente. Su mirada iba de mí al vientre de Lilia, donde crecía su hijo.
—Escarlata, no —me dijo firmemente—. El anillo es tuyo. Encontraremos otra manera.
—Por favor —gimió Lilia—. Siento el veneno avanzando...
—Debe haber otra solución —insistió Luciano, cubriendo mi mano con la suya, de manera protectora—. Ese anillo es para ti, para protegerte.
Vi la angustia en su rostro. Incluso ahora, estaba tratando de cuidarme. Pero ambos sabíamos que no podía dejar que su hijo muriera.
Con dedos temblorosos, me quité el anillo que me había mantenido con vida y, con suavidad, dije:
—Tómalo. Salva al bebé.
—Escarlata —comenzó a decir Luciano.
—Está bien —lo interrumpí gentilmente—. La vida de un niño es más importante.
Lilia tomó el anillo, agradecida. Apenas me lo quité del dedo, sentí la oscuridad de la maldición surgir con más fuerza, y, rápidamente, inventé una excusa para volver a casa. Ya no podía seguir viéndolos juntos.
***
Una vez en casa, mi celular volvió a vibrar. Por un momento, estuve a punto de ignorarlo. Sin embargo, algo en mi interior me empujó a revisarlo.
Entonces lo vi.
¡Un video!
Mi corazón se detuvo cuando lo vi.
Lilia y Luciano estaban juntos en la cama, sus cuerpos unidos como uno solo, mientras él la penetraba, sus gemidos llenando la habitación.
—Ay, Luciano, qué rico. Qué bueno que me diste el anillo. Ojalá Escarlata no se moleste —jadeaba Lilia, mordiéndose el dedo, con el anillo brillando en su piel.
—Escarlata siempre piensa en los demás —se burló él, entre gemidos—. Si supiera que esperas un hijo mío, seguro te lo regalaría sin dudar, mi amor.
Luciano presionó su boca contra sus pechos.
—Qué alivio… Me daba cosa que Escarlata viniera por mí —susurró Lilia, abrazándolo por el cuello.
—¿Puedes no mencionar a Escarlata, bebé? Anda, baja —dijo Luciano, alzándola con las manos.
Cuando Lilia acarició el pecho de Luciano, el anillo en su dedo brilló. El anillo que debía protegerme… brillando en la mano de la mujer que me había destruido la vida.