Escarlata
El frasco vacío de medicamento parecía burlarse de mí mientras lo sostenía con manos temblorosas. Una nueva oleada de dolor me atacó, arrancándome el aliento. Dada la situación, no tenía más remedio que visitar al Dr. Kane para conseguir más medicina.
Me tomé un momento para recomponerme y revisé mi reflejo en el espejo, comprobando con alivio que mis venas negras apenas se notaban bajo mi blusa de cuello alto. Lo último que necesitaba en ese momento era que alguien notara los signos de mi padecimiento.
Al cruzar la entrada del hospital, el olor a desinfectante me golpeó de lleno. Me dirigía hacia el consultorio del doctor cuando unas voces familiares me detuvieron en seco.
—¿Segura que te sientes bien? —preguntó Luciano con preocupación—. Quizá deberíamos buscar otra opinión.
Mi corazón dio un vuelco al asomarme por la esquina. Ahí estaba mi pareja, pendiente de Lilia, quien permanecía sentada en una de las sillas de la sala de espera frente al área de maternidad.
Con paso lento, salí a su encuentro, y Luciano, quien fue el primero en advertir mi presencia, mostró una expresión tensa por un instante. Sin embargo, al ver mi semblante sereno, pude sentir cómo se relajaba de inmediato.
—¿Escarlata? Cariño, ¿qué haces aquí? ¿No te sientes bien?
La genuina preocupación en su voz me provocó una punzada en el corazón. Aun después de todo lo ocurrido, seguía siendo capaz de mostrar tanta dulzura hacia mí.
—Solo vine para un chequeo de rutina —le respondí con una sonrisa tranquila, la que ya había aprendido a usar como máscara.
Lilia se acariciaba el vientre cuando levantó la mirada.
—¡Vaya, Luna Escarlata! Qué casualidad encontrarte aquí.
—Me encontré con Lilia cuando iba al salón de la manada —se apresuró a explicar Luciano—. No se sentía bien, así que le dije que la acompañaba al hospital. Debí haberte avisado.
—No te preocupes —dije, manteniendo el tono firme—. Fuiste muy considerado.
—En realidad, Luna Escarlata —Los ojos de Lilia brillaron con un triunfo apenas disimulado—. ¡Tengo una noticia maravillosa! Acabo de enterarme de que estoy embarazada. ¡Ya tengo un mes!
El mundo volvió a tambalearse peligrosamente bajo mis pies. ¡Un mes, un mes! La aventura había comenzado antes de lo que imaginaba. No había sido durante nuestro aniversario, sino quizás durante su visita a la Manada Sombra o en la Reunión de la Unión de Lobos.
Mi corazón latía descontrolado, pero logré mantener la compostura. Gracias a años de práctica, mi rostro permanecía sereno.
—Espero que no te moleste que haya tomado prestado a tu esposo —continuó Lilia con dulzura fingida—. Me sentía fatal, y él fue muy amable…
Noté que la mandíbula de Luciano se tensaba al escucharla. Rápidamente, se acercó más a mí, colocando su mano en la parte baja de mi espalda en gesto protector.
—Escarlata —murmuró—. Déjame acompañarte a tu consulta. Podemos hablar sobre...
Un chillido agudo interrumpió la conversación. Nos giramos para ver a Lilia, quien se había pegado a la pared aterrorizada, señalando algo en el suelo.
Un pequeño cachorro desaliñado había irrumpido en la sala de espera. Su pelaje marrón estaba enmarañado, pero sus ojos brillaban con esperanza mientras meneaba la cola.
—¡Aléjenlo de mí! —gritó Lilia—. ¡Esa cosa sucia casi se me echa encima! ¡Me pudo haber tirado!
El cachorro se acercó a mí con cautela. Y yo, sin pensarlo, me agaché para saludarlo.
—Ten cuidado, mi amor —me dijo Luciano, apretando suavemente mi hombro.
—Es solo un cachorro —respondí con una sonrisa irónica—. Vaya, Lilia, no esperaba que tú, siendo una loba, le tuvieras miedo a un perrito tan pequeño.
El animalito se acurrucó contra mi mano, ansioso por recibir afecto.
El rostro de Lilia se contrajo con desprecio.
—Bueno, supongo que tiene sentido que te lleves bien con un perro común. Al fin y al cabo, no tienes una loba propia con la cual conectarte.
Sentí cómo Luciano se tensaba a mi lado, pero coloqué una mano tranquilizadora en su brazo.
—No pasa nada —susurré.
—Sí pasa —gruñó él en voz baja—. Lilia, discúlpate ahora mismo.
—Solo dije lo que todos piensan —protestó Lilia, con las manos protegiendo su vientre—. Una Luna sin loba bien podría conformarse con perros como compañía.
El cachorro gimió suavemente, percibiendo la tensión en el ambiente. Lo tomé en mis brazos, encontrando consuelo en su calidez.
—Yo me haré cargo de este pequeño —dije en voz baja—. Prefiero un perro leal que estar sin compañía.
—Escarlata... —comenzó Luciano, con voz afligida.
—Por favor —lo interrumpí con suavidad—. Lleva a Lilia a casa. Necesita descansar.
—Pero Luna —intervino Lilia con fingida preocupación—. No puedes quedarte con ese perro callejero. ¿Qué dirá la manada?
—No me importa lo que digan —le respondí sin que mi sonrisa flaqueara—. Algunos no necesitamos que otros nos digan constantemente lo que valemos.
Luciano me miró fijamente. A pesar de todo lo ocurrido, todavía sabía reconocer el sufrimiento que ocultaba tras mi aparente calma.
—Déjame ayudarte primero —insistió—. Lilia puede esperar unos minutos.
—Alfa —suplicó Lilia—. Me siento débil otra vez. Por favor...
Retrocedí un paso, manteniendo mi expresión tranquila.
—Adelante, Luciano. Estaré bien.
—Escarlata —dijo, tomando mi mano libre, su pulgar rozando mi anillo—. Tenemos que hablar más tarde.
—Por supuesto —accedí con suavidad—. Cuando tengas tiempo.
La maldición pulsaba bajo mi piel, pero mantuve mi sonrisa mientras los veía alejarse. Solo cuando desaparecieron por el pasillo, me permití derrumbarme.
—¡Luna Escarlata! —la voz del Dr. Kane me sobresaltó—. Su medicina...
—Gracias —le respondí rápidamente, tomando el frasco.
—Le recomiendo que se haga otro chequeo —comentó el Dr. Kane observando mi expresión.
—Volveré mañana —le contesté sin mirarlo—. Por favor, ahora solo quiero ir a casa.
El cachorro frotó su hocico contra mi cuello mientras lo llevaba hacia mi coche. Su amor simple y sin condiciones me resultaba extrañamente reconfortante.
Mientras conducía de regreso, no pude evitar reflexionar sobre la crueldad del destino. La maldición que había aceptado para salvar a Luciano me consumía lentamente, mientras él empezaba una nueva vida con otra mujer.
El cachorro se acurrucó en mi regazo, brindándome calidez en medio del temblor que recorría mi cuerpo. Me miraba con esos ojos grandes y brillantes, rebosantes de confianza.
—Te llamaré Bobby —le dije, sosteniendo sus pequeñas patas.
Meneó la cola alegremente, dejando claro que su nombre le gustaba.
—Al menos tú sí eres de fiar —le susurré—. Sin tantas vueltas ni segundas intenciones.
No comprendía mis palabras, pero aun así lamió mis dedos y frotó su pequeña cabeza contra mi palma con ternura, mientras la oscuridad de la maldición no dejaba de latir bajo mi piel.
Ya en casa, me encerré en mi estudio, y saqué papel nuevo para escribir otra carta.
Bobby se echó a mis pies, acompañándome en silencio, mientras yo escribía. Quizá eso era lo que necesitaba: no el poder de un lobo, sino el amor simple y fiel de un perro.
Al terminar la carta, mi celular vibró con un mensaje. Al leerlo, sentí cómo la sangre me hervía de nuevo.