A la mañana siguiente, Damian estaba sentado en la cabecera de la mesa con el rostro pétreo, la mano derecha sosteniendo una taza de café negro que aún desprendía vapor. Frente a él, Aurora untaba mermelada sobre su tostada con elegancia, los labios curvados en una sonrisa tenue que no alcanzaba sus ojos.
Arc y Valerie permanecían cerca de la puerta, intercambiando miradas igual de incómodas.
—Tienes el cuello rojo, Alpha —dijo Aurora.
Damian no levantó la vista del periódico que estaba leyendo.
—Tú también, Luna. Parece que los insectos anoche tenían bastante hambre.
Aurora soltó una risita, sus dedos rozando con satisfacción la marca en su cuello.
—Oh, no fueron insectos. Solo un perro salvaje incapaz de controlarse —respondió Aurora.
Damian por fin la miró; no le gustaba que lo compararan con un perro. Arc soltó un suspiro profundo, mientras Valerie se frotaba las sienes.
—Ustedes dos… —empezó Arc.
—No te metas —cortó Damian.
Valerie levantó una mano.
—Pero, Luna, tenemos una reuni