Los pasos de Damian resonaban en el pasillo de la casa silenciosa.

El ambiente se sentía frío, muy lejos del calor de hogar que imaginó al reconciliarse con su Luna. Se quitó el saco y lo dejó sobre el respaldo de una silla sin pronunciar una sola palabra. Esta vez, sus ojos no buscaron a Aurora como siempre. Solo caminó hacia la cocina, con el teléfono pegado al oído.

—Padre, ya estoy en casa.

La voz de Morgan sonó grave desde el otro lado.

—Bien. Mañana por la mañana hablaremos del consejo de los Alpha. Tu reputación aún no se ha calmado.

—Sí, lo sé.

Damian colgó bruscamente y lanzó el teléfono al sofá.

En la cocina, Aurora ataba una cinta a la lonchera de Leon con manos hábiles y expresión neutral. Pero cuando Damian pasó junto a la mesa sin mirarla, Aurora alzó lentamente el rostro.

—¿Dormiste bien en el apartamento de esa loba vulgar? —preguntó Aurora.

Damian se detuvo, pero no se giró.

—Solo lo pregunto porque estoy segura de que su colchón debe ser mucho más cómodo que el de nu