El alcohol en su aliento, el roce leve de su pecho contra el de ella y la mirada que no podía apartar: una mezcla de deseo, culpa y algo más oscuro que no se atrevía a nombrar.
Anfisa, con la piel aún temblorosa, rompió el beso. No lo empujó. Solo bajó la vista hacia su mano, esa mano con los nudillos abiertos, endurecidos por la pelea.
Los tomó con suavidad, casi con devoción, y rozó sus labios sobre ellos.
Thomas contuvo el aire. No por el dolor, sino por el contraste.
El calor de su boca, la textura frágil de la piel herida, la dulzura en un gesto que nadie le había dado antes.
Ella murmuró, apenas rozando las palabras contra su piel:
"No deberías golpear con estas manos... son demasiado valiosas."
Fue tan simple, tan desarmante, que él apenas parpadeó.
La máscara imperturbable se resquebrajó un instante.
El ceño se le relajó. La respiración se le volvió más lenta, más humana.
Sus dedos, que hasta hacía un momento parecían hechos de acero, se deslizaron por la nuca de ella, a