Emma ha crecido con las historias sobre brujas y hombres lobos que le contaba su madre. Por culpa de esa obsesión, vivió recluida junto a su hermano mellizo la mayor parte de su vida. El día en que un folleto llegó a la puerta de su cabaña, Emma debió desconfiar y recordar todas las advertencias que le daba su fallecida madre. ¿Cómo pudo llegar aquel papel a su pequeño hogar alejado del mundo exterior? La idea de comenzar una nueva vida en un pueblo de Alaska junto a su hermano mellizo, era demasiado tentadora como para dejarla pasar. Sin pensarlo demasiado, ambos hermanos abandonaron todo lo conocido para embarcarse en un viaje que los llevaría a un idílico pueblo, pero apenas llegaron, se dieron cuenta de que aquel lugar no era lo que esperaban. En especial, cuando un enorme, musculoso y atractivo hombre, apareció desnudo en la puerta de su nueva casa mientras les exigía que se marcharan y, para colmo, la llamaba bruja. Su primer pensamiento fue escapar. ¿El problema? Quien entraba en Silvershade Summit nunca podría salir y Emma estaba atrapada en aquel lugar con ese loco hombre que no solo la exasperaba, también ponía todas sus hormonas a punto de ebullición. Asher llevaba ciento cincuenta años prisionero en aquel pueblo junto a su manada y todo por culpa de una bruja. El alfa odiaba a las de su clase por más que, para romper la maldición, una bruja debía llegar Silvershade Summit y unirse a él como su compañera de vida. ¡Él jamás se uniría a una bruja, aunque eso significara la liberación! Lo que Asher no esperaba, era que la mujer a la que aborrecía sin conocerla, volviera loco a su lobo y no lograra pensar en otra cosa que no fuera en poseerla.
Leer másBajo la luz de la luna las sombras se disipan, revelando verdades ocultas y destinos inciertos.
Bajo la luz de la luna, aquellos instintos salvajes despiertan, nublando la razón y durmiendo los sentidos.
Bajo la luz de la luna, los jóvenes amantes se entregan a las fauces del amor por vez primera, entre respiraciones entrecortadas y gemidos ahogados.
Bajo la luz de la luna, los lobos cantan sus aullidos, jurando su amor y lealtad eterna a Artemisa, su única diosa, y quien marca eternamente su destino.
Hermosa piel pálida como el alabastro, cabellos largos y blanquecinos que asemejan a hilos de plata brillante. Un rostro tan bello como el de los ángeles, de unos preciosos ojos celestes como el azul del cielo que amaba ver cada mañana como un consuelo a sus muchos sufrimientos. La belleza de la luna plateada la había besado, otorgándole aquella hermosura que pocas criaturas podrían tener. Sus delicadas manos fregaban los platos, sintiendo el agua helada que le provocaba calosfríos.
—Artemisa, termina pronto con eso, esta noche tendremos invitados muy especiales y no quiero que te vean merodeando por allí, me daría vergüenza tener que admitir que vives en mi propiedad, así que termina y enciérrate en tu maldito agujero de una buena vez —
—Por supuesto, el Alfa Aqmar no querrá olisquear a una sucia huérfana que no tiene ni siquiera un apellido y que es tan pálida y fea como un polluelo recién salido del huevo, así que haznos un favor y enciérrate en tu cloaca —
Cerrando la llave, la joven albina de ojos celestes, miraba de soslayo a su cruel prometido junto a su amante, quien no desaprovechaba cualquier circunstancia para humillarla. Sin responder, se quitaba el desgastado mandil y en silencio caminaba hacia sus muy humildes aposentos que se hallaban cruzando los amplios jardines cuyos caminos se hallaban cubiertos de altos ébanos de gallarda belleza.
La nieve comenzaba a caer, y el frío pronto calaría en los huesos. Apresurando sus pasos, Artemisa se refugiaba en aquellos establos junto a los caballos, dejándose caer sobre su derruida y vieja cama y cubriéndose de sus pocas mantas para soportar la noche helada que se avecinaba.
¿Qué había hecho ella para merecer tan cruel trato de la persona que se suponía debía cuidar de ella?
La respuesta era mucho más sencilla de responder, más de lo que le gustaba admitirse.
Ella era huérfana.
Desde que tenía memoria había vivido en esa mansión, el padre de su prometido le había dado refugio después de encontrarla abandonada en el bosque. Aquel hombre siempre la había tratado con dulzura, prometiéndole ser la esposa de su único hijo y el actual Alfa de la manada, pero el haber crecido junto a Marcus Badra no fue lo mejor, nunca había recibido nada más que no fueran malos tratos de parte de este por ser solo una chica sin padres o un apellido bajo el cual resguardarse. Ella solo era Artemisa, y llevar el nombre de la diosa de la luna, tan solo le había traído más desprecios y humillaciones, ya que, al ser la hija de nadie, no merecía llevar tal nombre.
Marcus la despreciaba, y ahora que su padre había caído tan gravemente enfermo, ya no había nadie que la defendiera de su crueldad. Sabía que solo era cuestión de tiempo, pues desde que el viejo lobo Agnus Badra había enfermado, ella había sido arrojada fuera de la mansión con la orden de dormir en los establos, esto, por supuesto, fue ordenado por Marcus, quien decía no soportar el hedor de una miserable huérfana cerca de él. Por si eso no fuera poco, tambien había sido forzada a ser la sirvienta personal de Agatha Pines, la loba amante de su cruel prometido, quien no paraba de humillarla y forzarla a hacer toda clase de trabajos denigrantes.
El frio comenzaba a arreciar, y aun con aquel par de mantas encima, este no era suficiente para cubrirse bien ante el cruel tiempo. Se sentía miserable, tanto que no sabía cómo era que seguía con vida, cuando todo lo que realmente deseaba, era tan solo morir.
Quizás, era por su carácter necio, quizás, era porque no quería darle el gusto a Marcus y a Agatha de verla vencida. Pero decidida a salir de su miseria, salía de la desvencijada cama para ir a las cocinas y buscar algo de alimento y más mantas para calentarse. No iba a dejarse morir esa noche por más que su cansancio le decía que eso era lo único que deseaba, ni esa, ni ninguna otra.
Como si fuera una ladrona, la mujer de blancos cabellos, se escabullía dentro de la vieja mansión. Todos estaban en su propio mundo, arreglando pactos, alianzas o sabría la Diosa Luna que cosas. Aquella era una reunión importante con el actual líder de una de las manadas más temidas, Marcus no tendría tiempo de ver lo que ella estaba haciendo.
Como un ratoncito acalambrado por el frio, Artemisa entraba en calor dentro de las cocinas, y los demás sirvientes tan solo negaban en silencio al verla en tan lamentable situación. Tomando exactamente lo que necesitaba, la joven loba de apenas diecinueve años, salía a toda prisa para regresar a su refugio, al menos allí, nadie la humillaba, y los caballos eran por mucho una muy grata compañía en comparación con la de Marcus.
Corriendo de regreso hacia el establo, sus pasos sin embargo se habían detenido al sentir el brillo de la luna llena sobre ella. Sus ojos celestes se habían llenado de lágrimas, y su corazón, herido por la amargura de aquella vida tan dura que tenía que soportar, la habían hecho llorar en el acto.
—Mi Diosa Luna…tú que guías a todos tus hijos, te ruego que me ayudes a soportar esta situación…sálvame de este destino tan cruel, ayúdame a encontrar el lugar al que verdaderamente pertenezco —
Pasos se escuchaban repentinamente tras de ella, y al girarse, con gran asombro podía ver a aquel hombre de aura misteriosa que la miraba con tanta curiosidad que la hizo estremecer. Sus cabellos eran negros como el ébano, sus ojos eran verdes como el color de los árboles en plena primavera. Sus cejas eran gruesas, haciendo que aquella expresión ceñuda lo hiciera ver tan hermoso como nadie más. Su piel morena parecía haber sido besada por el sol, y su presencia temible la habían hecho sentirse demasiado pequeña.
—Y tú, ¿Quién eres? No te he visto en la celebración, pero tu aroma me ha guiado hasta aquí —
Aquel hombre había dado tres pasos hacia ella, haciéndola retroceder de manera involuntaria. Tomándola de la mano con fuerza, el hombre la miro fijamente sin perder detalle de la belleza de aquel rostro temeroso de poderosos ojos celestes tan similares al cielo de cada mañana. Su piel era pálida como la nieve que caía a su alrededor quedando atrapada en sus cabellos de hilos de plata. Aquella mujer llevaba a la belleza misma de luna sobre ella y ese aroma tan delicado naciendo de ella, que emulaba a los lirios de rio y la suave lavanda de los prados en los que solía jugar en su más tierna infancia, despertaba instintos en el que creía eternamente dormidos.
—Responde, ¿Quién eres tú? —
La joven albina tembló un poco ante aquella voz cavernosa.
—¡Artemisa! ¿Qué demonios haces fuera? —
El grito de Marcus había interrumpido aquel ambiente, y la joven loba de cabellos de plata, tomaba sus cosas para salir corriendo una vez que el agarre de aquel moreno había terminado.
—Oh pero que vergüenza, lamentamos mucho si esa sucia sirvienta lo ha molestado señor Aqmar, volvamos a la fiesta, todos están esperando a que usted y mi Marcus declaren su tratado de paz — decía Agatha con voz empalagosa, mirando furiosa como la albina se perdía poco a poco en la obscuridad.
—¿Quién es esa mujer? Es muy hermosa… — decía el Alfa moreno mirando a la mujer perderse entre la noche.
Agatha y Marcus se sintieron ofendidos por aquel comentario, y dando un paso hacia el Aqmar, vieron a un hombre moreno y visiblemente más joven que se atravesaba entre su amo y ellos.
—Mi señor desea conocer a la mujer, ¿Podrían traerla ante él? — decía el lobo más joven.
Acalorado y ofendido por el repentino interés del Aqmar en su aún prometida, Marcus miro con desprecio al muchacho.
—Entonces, Beta, temo que tendré que decepcionarlos, ella es solo una sirvienta, y debemos regresar rápido a la celebración, nuestros invitados esperan — respondió.
El Aqmar asintió, pero sin dejar de ver en la dirección por la que aquella muchacha se había marchado, se grabo en la memoria aquel hermoso rostro…y aquel hermoso nombre.
—Artemisa…
El Alfa Aqmar saboreaba aquel nombre, tan acorde a la hermosa loba cuya belleza era un homenaje a la Luna plateada. Regresando a la celebración, estaba decidido a saber más sobre ella, aquella mujer y su delicado aroma, lo habían dejado intrigado. Cautivado.
Artemisa sentía su corazón latiendo a mil por hora. ¿Qué había sido aquello? La luna llena brillaba en lo alto y su luz bañaba a la joven loba por la ventana de aquel establo. La rueda del destino, comenzaba a girar.
Dos años después…Tala amaba a su compañero, pero en esos momentos lo odiaba y mucho. —¡Por la diosa, esto se veía más fácil en las otras mujeres! —gritó con desesperación cuando una nueva contracción invadió su vientre y el dolor le recorrió hasta la columna. Más de un año había tardado en embarazarse y no porque Ethan y ella no pusieran empeño. Con el pasar de los meses y que no sucediera tan rápido, la hizo llegar a pensar que algo estaba mal ella, pero la sanadora de la manada le dijo una y otra vez que todo estaba bien y que no tenía problemas de fertilidad. Un grito escapó de su garganta cuando un nuevo pinchazo endureció su vientre. Nadie le avisó de que aquello dolía tanto. —Apártate, ¡le estás haciendo daño! —ordenó Ethan y empujó a la sanadora sin miramientos para colocarse en su lugar. Cuando miró entre sus piernas, el rubor a causa de los nervios que había acompañado a su compañero las horas que llevaba en la habitación, desapareció para dar a su piel un tono cetrino
A pesar de que Asher y Emma tenían que regresar a su manada, se quedaron con ellos para que su melliza pudiera ayudar a la gente que Astron había dañado. La recuperación no fue fácil; llevaban demasiado tiempo esclavizados sin sus lobos, pero eso no detuvo a su testaruda hermana. Al contrario, la motivó a seguir adelante hasta que cada uno de ellos restauró su identidad.Ellos solo pudieron quedarse una semana, pero fue suficiente para que asistieran a su ceremonia de emparejamiento dónde Ethan, por fin, reclamó a su compañera como su Luna. Ser un alfa en una manada de personas que habían sufrido demasiado no fue fácil al principio, si bien estaban deseosos de un nuevo comienzo y querían dejar el infierno vivido atrás, muchas cosas debían cambiar para que eso fuera posible. Las mujeres de la manada volvieron a tener voz y voto y eran libres de escoger a sus compañeros sin que nadie las obligara, pero la mayoría tenía miedo de recuperar sus vidas. Las uniones forzadas fueron lo más c
Ethan salió detrás de su compañera que, por la rapidez con la que se movía, tenía muchas ganas de escapar. La hubiera alcanzado si la gente de la manada, su gente ahora, no lo hubiera detenido una y otra vez para darle las gracias. Muchos se veían preocupados, él no había aceptado el cargo de ser su alfa de manera formal, pero la realidad era que no lo esperaba. Su plan había sido liberarlos y regresar. No quería tomar una decisión así y menos sin consultarla con su compañera. Pero cuanto más veía sus rostros, más se daba cuenta de lo necesitado que era allí y una parte de él supo que era su lugar.No era que la idea no le agradara, desde que su lobo había despertado sus instintos de alfa eran una parte de sí mismo que no podía suprimir y odiaba estar bajo el mando de otro. Por más que ese otro fuese su cuñado y tuviera que admitir que había llegado a caerle bien ese imbécil.Si su compañera quería regresar ahora que Asher había decidido desterrar a su familia, él la seguiría por má
Cuando salieron de la casa del alfa, Ethan llevaba la cabeza del beta en las manos como si fuera un trofeo. El silencio que había rodeado la manada cuando entraron se había convertido en gritos de alegría al verse libre. Al escuchar la lucha con los guardias, la gente salió de sus casas y se unió a la ellos en la lucha.Al fin tenían una oportunidad de ser libres y ninguno desaprovechó esa oportunidad. Ethan miró a su compañera, las dos mujeres que habían rescatado se aferraban a ella con tanta fuerza que casi no la dejaban caminar, pero Tala las mantenía a su lado y les repetía una y otra vez que eran libres y nadie volvería a hacerles daño. La mayoría de los guardias estaban muertos y los pocos que quedaban vivos sufrían los golpes que le daban las mismas personas que antes tuvieron bajo su poder. —Pensé que íbamos a intentar que no hubiera muertes innecesarias —murmuró cuando Ethan llegó junto a Asher. Su cuñado miró la cabeza que traía y elevó una ceja—. Dije innecesarias, aca
Regresar a aquel lugar no fue fácil por más que ahora lo hicieran en compañía. Incluso su familia estaba allí. Padre, madre y hermanos y lo peor, fingían que nunca la despreciaron.Se comportaban como si fueran una familia feliz porque de un día para otro ya no era la hija de la que tenían que avergonzarse. Ahora estaba emparentada con el Asher y su Luna. Su familia era despreciable.—Cariño, deja de mirarlos como si quisieras atravesarlos con una espada, cortarlos a pedacitos y esparcir sus trozos por el monte —murmuró Ethan junto a su oído y sus labios le tocaron en lóbulo de la oreja provocándole un escalofrío—. Eso puedes hacerlo después. Una vez que acabe la batalla yo te ayudaré con mucho gusto.—Es que no puedo creer que se comporten como si nunca me hubieran hecho nada y ahora se presenten voluntarios a esta lucha porque su «adorada hija» fue retenida en contra de su voluntad. —Tala dejó caer la espalda en el torso de Ethan y él la abrazó por la cintura—. Me molesta que de la
Ethan tardó en recuperarse una semana. Después de que su hermana acabara con Astron, perdió el conocimiento, pero Emma y su compañera no lo dejaron solo ni un solo segundo. Cada vez que abría los ojos una de ellas estaba a su lado. Su lobo hizo gran parte del trabajo ayudándolo a mejorar, pero saber que esa amenaza estaba erradicada y que su hermana ya no tendría de que preocuparse más por eso, hacía que no pudiera arrepentirse de lo ocurrido por más doloroso que hubiera sido. Tala y él hablaron durante horas mientras estuvo en cama y consciente. Puede que a él le hubiese gustado hacer más que hablar, estaba cansado de que lo trataran como si fuera a romperse en cualquier momento o como si su mente pudiera enloquecer por cualquier estímulo. Lo ocurrido había sido traumático y más porque había pedazos de su memoria que estaban vacíos. Tala le contó casi todo lo que ella sabía, aunque insistía mucho en dejar todo atrás y no darle ese poder a Astron. La comprendía, martirizarse por
Último capítulo