Capítulo 4

 

Emma sabía que no debía mirar, que era de una pésima educación que sus ojos se movieran de forma involuntaria hacia el miembro viril de ese hombre desnudo. Aunque llamarlo miembro era no darle la importancia adecuada, quizá debía llamarlo un arma de destrucción masiva, un garrote enorme, ¡un hacha! Eso era, ese hombre podría romper troncos con eso que llevaba entre las piernas.

Jamás había visto algo así, aunque debía reconocer que su experiencia viendo esas partes del cuerpo masculino eran escasas, o mejor sería decir que eran nulas. Puede que hubiera crecido con su hermano Ethan, pero a ella nunca se le ocurrió pedirle que le mostrara lo que ocultaban los hombres. A Emma lo referente al sexo masculino no le había llamado la atención.

Hasta ese momento, porque ese portento de masculinidad que tenía frente a ella la atraía de una forma que no podía explicar con palabras.

Quizá se estaba mintiendo a sí misma. Emma podría haber crecido en una familia monoparental, no había tenido un padre que la cuidara, su madre nunca quiso hablar demasiado de él. Siempre decía que la responsabilidad que conllevaba ser padre de unos niños muy especiales le había quedado grande.

Grande… No tendría que haber pensado en esa palabra mientras sus ojos eran incapaces de apartarse de la figura desnuda y se mantenían cautivos de ese enorme hombre. Se erguía frente a ella con esa actitud dominante sin importarle lo más mínimo su escasez de ropa. Tal vez era una costumbre de la gente de aquel pueblito y lo raro era estar abrigado como ella.

Era como un dios vikingo en toda su gloria, con esos ojos verdes, ese cabello negro y esa boca con unos labios llenos que parecían hechos para darse unos buenos besotes y entrar en calor. Su rostro era masculino y a la vez hermoso, una sonrisa en él en lugar del ceño fruncido lo haría incluso más atractivo.

En otro momento, el pensamiento de quitarse la ropa con aquel frío extremo le habría parecido una locura, pero cuanto más miraba a ese espécimen masculino más se le antojaba comenzar a lanzar la ropa por los aires y tirarse en sus brazos para compartir el calor de su cuerpo.

Emma intentó comportarse como una dama y saludar al recién llegado. Saludar o correr en dirección contraria, ambas cosas eran válidas y más por la forma en que mostraba los colmillos y gruñía como si fuera un animal salvaje en lugar de un ser humano.

La presencia reconfortante de Ethan a su lado la hizo volver a respirar con normalidad, no sabía en qué momento su hermano había corrido para colocarse a su costado, pero al mirarlo de reojo pudo ver que su postura era también dominante.

Los hombres eran muy extraños, ambos se miraron y parecían estar decidiendo quién levantaba la patita y marcaba el territorio alrededor de ella.

—Límpiate, Emma —escuchó decir a su hermano en un siseo y le frotó la comisura de los labios con el pulgar.

Ese gesto llamó su atención y por fin logró apartar la mirada del desconocido, pero en su retina estaría grabado el recuerdo de su impresionante altura y su desnudez. ¿Cuánto mediría? De alto, porque esa parte tan interesante que tenía entre las piernas ya había quedado claro que era grande. Quizá rozara los dos metros. Con sus hombros anchos, esos brazos que eran puro músculo y ese torso robusto y cincelado como si cada parte de ese abdomen hubiera sido esculpido a mano y con mucho esmero.

—Claro… Por supuesto, limpiarme, ¿qué me tengo que limpiar? —graznó Emma con garganta seca.

—La baba que se te cae mientras lo miras, Emma, disimula que se te nota mucho. No te creía de esas mujeres que pierden la cabeza por el primer hombre algo atractivo que se les cruza de frente —las palabras de su hermano provocaron que ese calor interno que se había instalado en su cuerpo emergiera a su rostro.

Se sentía tan ruborizada que llegó a creer que su cabello volvería a ser rojizo de nuevo, como cuando era niña.

Ese pensamiento la hizo tensarse, ella nunca había tenido el cabello rojo, siempre había sido de un color plateado muy extraño, brillante como el de su hermano y del mismo color de sus ojos. Ambos tenían esa colorimetría tan poco usual que se podía comparar con la luz de la luna en las noches.

No comprendía por qué había pensado eso ni de dónde vino ese recuerdo, quizá fue porque el cabello pelirrojo estaba relacionado con el fuego y en ese instante parecía tener un ardor interno que se empeñaba en quedarse. Al final desechó ese pensamiento con rapidez para centrarse en el hombre desnudo.

Debía dejar de mirarlo o entraría en combustión espontánea.

—Ahora entiendo por qué sentía la garganta seca —bromeó con un toque de nerviosismo que no pudo ocultar, se sentía avergonzada por haber sido tan obvia—. Estaba perdiendo litros de babas, pero no me puedes culpar por ello. Nunca había visto algo así, es hermoso.

Su voz fue un susurro apenas audible para su hermano, pero el hombre fijó su mirada en ella y ese extraño gruñido volvió a emerger de su pecho como si la hubiera escuchado. Incluso dio un paso al frente que los tensó a ambos, pero contenía sus manos hechas puños con tanta fuerza que lo hacía parecer, si eso era posible, más musculoso.

Parecía estar conteniéndose para no echarse sobre ella y se preguntó por qué se contenía si ella estaba más que dispuesta. Un jadeo escapó de su garganta ante ese pensamiento. ¡¿Qué le estaba ocurriendo?! Emma no era así, no perdía la decencia por un par de músculos y menos iba deseando a un desconocido de esa forma tan voraz.

—¿Acaso están sordos? —volvió a gritar el hombre y antes de que Emma pudiera decirle que tenían una magnífica audición y que no hacía falta gritar, otro hombre apareció en el camino.

Era igual de impresionante que el anterior, quizá no tanto, era un poco más bajo y estaba vestido, pero eso no le restaba ni atractivo ni masculinidad. Se sorprendió al pensar en que no tenía el mínimo interés en ver al otro hombre igual de desnudo a pesar de ser también muy guapo. Al parecer, ella no podía apartar la visión de ese espécimen que emanaba un aura de peligro y magnetismo que debía repelerla y en lugar de eso allí estaba, conteniendo las ganas de babear y pedir que la estrechara entre sus brazos.

Ese pueblo debía tener gases tóxicos en el aire, era la única explicación que encontraba a ese repentino ataque de lujuria que parecía atacarla.

—Alfa —la persona que acababa de llegar y al que Emma pensaba llamarlo «el hombre vestido» mientras no supiera su nombre, llamó al hombre desnudo.

A pesar de que parecía que quería llamar su atención, al que había llamado alfa, no desviaba su vista de ella.

—Que nombre tan extraño, aunque le sienta bien, alfa, como «macho alfa». La verdad es que jamás en mi vida vi alguien a quien le pegara tanto que lo llamaran alfa como a ese hombre. —Sintió un golpe en su nuca y Emma miró a su hermano con desaprobación.

Ethan le había golpeado con la mano abierta y su cabeza hizo un movimiento brusco hacia delante que no pasó desapercibido para ese vikingo.

—Alfa como los hombres lobos de los que hablaba mamá en sus historias —masculló su hermano en un susurro y aquello provocó que Emma lanzara una sonora carcajada que llamó la atención de sus visitantes.

Negó con la cabeza y miró a su hermano entornando los ojos

—Eso solo eran cuentos para niños, Ethan —murmuró y, sin pensar mucho en lo que hacía, acortó la distancia con el macho desnudo y le ofreció la mano—. Hola, mi nombre es Emma y él es Ethan, somos nuevos en el pueblo y nos gustaría poder llevarnos bien con todo el mundo.

A Emma la voz no le tembló, aunque la mano que mantenía en el aire a la espera de que se la estrechara sí lo hacía. Le temblaba de frío o de excitación al pensar en que la tocaría, no estaba muy segura.

El hombre desnudo miró su mano como si estuviera sucia y le asqueara. Emma perdió la sonrisa y cuando iba a apartarla, ese al que llamaban alfa gritó:

—¡Bruja, no des ni un paso más porque te arranco la cabeza!

Emma jadeó por el susto, se llevó una mano al cuello y dio un traspiés que resultó contraproducente. Se tropezó y terminó con las nalgas en la nieve, además de muy avergonzada. Ethan, que no se había alejado demasiado, estuvo frente a ella antes de que el hombre desnudo terminara de hablar.

—¡Vuelve a amenazar a Emma y el que pierde la cabeza eres tú! —gritó su hermano en un arranque violento que nunca le había visto.

Claro, nunca se vio en la situación de tener que protegerla de que alguien quisiera separarle la cabeza del cuerpo. Ethan no era pequeño en comparación con ella, pero no era tan corpulento como ese hombre y el miedo de que le intentara hacer algo a su hermano la obligó a levantarse con rapidez.

Antes de que Ethan pudiera evitarlo, ella se colocó frente a su cuerpo para cubrirlo. Así sería siempre, juntos llegaron al mundo y juntos se irían si ocurría una desgracia.

—Pensé que la gente de aquí sería amable, ¿sabe? Usted es muy maleducado. No sé qué se cree. ¿Es porque no somos nudistas? Si ese es el problema ahora mismo me desnudo, aunque preferiría no hacerlo aquí. Podemos pasar a la casa.

—Alfa, por favor, quizá es nuestra única oportunidad —murmuró el hombre vestido e intentó ponerse en medio de ella y el macho grosero y dominante. El hombre amable le tendió la mano e intentó colocar una expresión dulce en su rostro—. Soy Alaric, discúlpanos por este recibimiento, no solemos recibir forasteros. ¿Cómo nos encontraron?

Emma se apresuró a estrecharle la mano, a pesar de que la mirada furiosa que el hombre desnudo le obsequiaba a su acompañante le daba terror.

—Venimos desde Pensilvania, recibimos un…

—No tienes que explicarle nada —se apresuró a decir Ethan—. ¿Quién se creen que son para venir hasta nuestra propiedad y tratarnos de esta forma? Vamos, Emma, que se queden aquí, entremos. No hemos hecho nada malo y no permitiré esto.

Su hermano la agarró del brazo y tiró de ella sin darle la posibilidad de negarse. Tenía que reconocer que Ethan tenía razón, ellos no habían hecho nada para que ese hombre se presentara de esa forma y les gritara como un animal hambriento.

A pesar de eso, ella no pudo evitar girar la cabeza para observarlo una vez más mientras se alejaba y recibía una mirada llena de odio. Era tan intensa que incluso le erizó la piel. ¿Qué había hecho ella para que la aborreciera de esa forma?

El primer hombre que le gustaba y parecía odiarla sin motivos.

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