Capítulo 2

 

Diecisiete años después…

—Un gran viaje comienza cuando das un primer paso hacia tu destino y estoy segura de que vamos en el camino correcto —murmuró Emma ante la mirada cansada de su hermano.

Puede que se estuviera tomando con demasiada seriedad aquel cambio y que estuviera más filosófica que de costumbre, pero en el último año su existencia había sido un caos.

A sus veinticinco años, ambos hermanos se sentían perdidos. Sus vidas transcurrieron en la soledad de su cabaña junto al bosque, alejados de la sociedad y bajo la estricta vigilancia de su fallecida madre.

La última petición que les hizo fue que se mantuvieran en aquel lugar, que no salieran del bosque y que siempre estuvieran unidos. Al menos, continuaban juntos, en eso no le habían fallado.

—Quien no arriesga no gana, ¿no? —Ethan repitió las mismas palabras que Emma le había estado diciendo sin parar durante el último mes—. Quizá mamá exageraba, hemos llegado hasta aquí y quitando esa mirada apreciativa que me echó aquella pechugona en la estación del ferry, nadie nos trató mal. Estoy deseando tener la oportunidad de agarrar un par de tetas como esas.

Emma le metió un codazo a su hermano en el estómago y le sacó el aire.

—Hemos vendido lo poco que teníamos, dejado nuestra casa y desobedecido la última voluntad de nuestra madre, gastado gran parte del dinero que conseguimos en llegar hasta aquí y tú en lo único que piensas es en tener la oportunidad de agarrar… ¡Esas cosas! —se quejó Emma.

Se calló el pensamiento recurrente que siempre tenía y que se había intensificado desde que comenzaron a planear su nueva vida. Desde que aquella señal del destino llegó a su casa en forma de una propaganda de papel que planeó hasta caer en la entrada de su cabaña, sus pensamientos habían estado inundados de imágenes de un leñador, barbón, musculoso, que cortara la leña para la chimenea y que la abrazara en sus fornidos brazos cuando el frío de Alaska calara sus huesos.

Pero no pensaba reconocerlo y menos frente a su hermano.

—Vamos, Emma, no seas cínica y me digas que tú no quieres. Mamá fue muy buena con nosotros, pero estaba un poco trastornada siempre repitiendo ese cuento de niños sobre la maldición que pesa sobre nuestra familia y eso de que provenimos de un largo legado de brujos. ¡Ja! ¿Hombres lobos? ¿Brujas? —se burló su hermano—. Me duele pensar que todo este tiempo solo nos mantuvo engañados para tenernos junto a ella y que no hiciéramos nuestra vida. Lo más paranormal que hay en nosotros es que tengas veinticinco años y que sigas casta y pura. Yo al menos he aprovechado este último año de libertad y me metí en la cama de algunas mujeres.

Emma no pudo rebatirlo, ese pensamiento de libertad se enraizó cuando ambos hermanos cumplieron los dieciocho años y comenzaron a cuestionarse su vida de aislamiento social. Su madre siempre decía que el bosque les daba todo lo necesario para vivir y que no necesitaban más, que allí estaban seguros, pero nunca les explicaba de qué los protegía.

Cuando el alzhéimer de su madre comenzó a avanzar, las historias que contaba sobre sus supuestos antepasados eran cada vez más sobrecogedoras y poco creíbles. ¿Quién iba a creerse que su tatarabuela se había enamorado de un hombre lobo? Podría creerse que se hubiera enamorado hasta la locura de algún hombre, pero esos seres sobrenaturales ni siquiera existían.

Además, según las historias de su madre, su tatarabuela era una poderosa bruja que mantuvo una relación muy ardiente con el alfa de un clan de hombres lobos, iban a casarse y estaban muy enamorados, pero un día él encontró a su pareja predestinada y abandonó a su tatarabuela dejándola destrozada. No conforme con eso, también intentó matarla para librarse de ella y del hijo que crecía en su vientre. Al final no lo consiguió, ella pudo maldecirlos y escapar.

Lo peor de aquella historia, y que su madre se las contó antes de fallecer como si fuera algo real, era que su tatarabuela había hechizado al clan familiar para que la magia no despertara en sus predecesores y menos el gen de hombre lobo que su hijo había heredado. Lo más inverosímil de todo fue que, según su madre, la magia regresaría en la quinta generación y esos no era otros que ellos. Cuando eso sucediera, la bruja que nacería rompería la maldición y finalizaría lo que su tatarabuela no logró llevar a cabo.

Emma intentó que su madre le explicara más a pesar de creer que eran los desvaríos de una persona enferma, pero para ella parecía ser importante explicarles y ambos hermanos la escucharon con atención.

Pese a eso, su madre falleció antes de contarlo todo. Ahora nunca sabrían cómo la supuesta bruja rompería esa maldición.

—Imagina que esa historia fuera verdad, eso significaría que uno de nosotros sería un licántropo y aparte de los pelos en el pecho, no te veo muy peludo —bromeó Emma para quitarse un poco la ansiedad que aquel largo viaje le estaba ocasionando.

Ethan alzó una ceja y se removió en el asiento, incómodo.

—Si algún día me pongo a aullar a la luna será mejor que me dispares con una bala de plata. Prefiero ser el brujo y que tú seas la bola de pelos.

Una hora después, tras concluir el viaje en ferry que los dejó en la ciudad de Prince Rupert, aun debían llegar al pueblito que se anunciaba en el folleto que los trajo hasta allí. Se dirigieron a la estación de autobuses, pero cuando intentaron comprar el boleto, descubrieron que nadie había escuchado hablar de Silvershade Summit.

Abatidos, y con sus pocas pertenencias colocadas en el suelo, se miraron sin saber qué hacer a continuación.

—Hemos caído en una e****a —farfulló Emma e intentó contener las lágrimas—. ¿Qué vamos a hacer? Nadie ha oído hablar de ese lugar y se rieron de nosotros.

— No, me niego a creer eso, lo que ha ocurrido es que su acento es distinto y no lo entendiste bien —la tranquilizó Ethan, pero su postura y el movimiento acelerado de su pie golpeando el suelo, indicaban que estaba igual de nervioso que ella—. Lo que en realidad dijo fue: «estúpidos extranjeros que se creen todas las leyendas, ¡el siguiente!», después comenzó a reírse, pero no de nosotros, fue de su propia incultura por trabajar en este lugar y ni siquiera saber orientarse.

Emma quería creer a su hermano más que nada, estaba agotada, se sentía sucia del largo viaje, hambrienta porque habían intentado aminorar los gastos todo lo posible y a mitad de su camino agotaron las reservas de comida que llevaban. Deseaba llegar a Silvershade Summit, encontrar un lugar para descansar y después ponerse a buscar un trabajo.

—¡¿Por qué no me dijiste que no?! —gritó Emma cuando el miedo, los nervios y el frío que se le calaba hasta los huesos comenzaron a hacer mella en su cuerpo—. ¡Vamos a morir congelados!

Ethan la miró como si le hubieran salido tres cabezas y estuviera a punto de convertirse en Cerbero.

—¿Que yo te dijera que no? Dios me libre de llevarte la contraria con ese carácter que te gastas, quiero continuar con vida. Además, yo te dije que aquí hacia un poco de frío y te pareció muy bien la idea.

—¡Un poco de frío! Un poco de frío —repitió y sintió el castañeo de los dientes—. Un poco de frío no son 15° bajo cero. A esta temperatura se me va a congelar el cerebro y siento a punto de la gangrena los deditos de los pies.

—Quien dice un poco de frío dice mucho frío, son detallitos, pero ¿de quién fue la idea? —Ethan la miró con esa expresión que decía: «ya gané», pero, lo que menos necesitaba Emma en esos momentos, era perder una batalla dialéctica con su hermano—. Porque te recuerdo que fuiste tú la que tomaste aquel folleto como una señal del destino. Creías que lo mejor era vender todo y mudarnos para comenzar de cero.

—Puede que yo tuviera la idea, pero pudiste negarte y aun así escogiste venir a este congelador en el culo del mundo, Ethan. ¡La culpa es tuya… y mía también por siempre hacerte caso! —terminó por gritar y unir los labios en señal de enfado.

—Estoy seguro al 99% de que yo no lo escogí, recuerdo haberte dicho que quería vivir en la playa y no en un congelador. Además, tus palabras fueron: «Siempre quise ir a Alaska, ¿te imaginas? Un pueblito perdido, nieve, una cabaña, leñadores. Ethan quiero un leñador. ¿Te imaginas asomarte a la ventana y ver a un macho de esos cortándote la leña?». Así que yo di por hecho que no había más opciones porque no las mencionaste.

Emma se frotó el cuello e hizo un mohín de disgusto. Ethan tenía toda la razón, decirlo no era lo mismo que pensarlo, pero perder una discusión no estaba en su vocabulario y no iba a comenzar ese día.

—Te doy la razón, ahora que lo pienso, quizá fui yo la que ofrecí venir hasta aquí con mucha insistencia. —Ethan esbozó una sonrisa de victoria y cuando estaba a punto de gritar: «¡Te lo dije!», Emma alzó el dedo índice y lo detuvo—. ¡Pero lo pensé y siendo mellizos era tu obligación leerme el pensamiento! Así que no te sacudas las culpas porque yo pensé que quizá Alaska no era tan buena opción para comenzar de nuevo. Deberías tomar en cuenta mis pensamientos, serías un mejor hermano.

La expresión de victoria de Ethan se esfumó tan pronto como llegó. Los hombros se le cayeron en señal de derrota y negó con la cabeza. Su hermano era inteligente y sabía cuándo soltar el hacha de guerra. Ella nunca daría su brazo a torcer.

—Contra esa explicación no puedo hacer nada, tienes razón, lo siento por no haber leído tus pensamientos y no haberlos tomado en cuenta. No volverá a suceder. —Emma le dio una palmadita en la espalda para consolarlo e intentó sonreír.

—Ahora ya poco podemos hacer, quizá lo mejor será que busquemos algún lugar…

Sus palabras fueron detenidas cuando una mujer mayor se acercó a ellos y ambos se la quedaron mirándola con curiosidad. A Emma le recordó un poco a su madre, tenía unos rasgos familiares y para rematar el mismo color plateado que ellos en su cabello.

—No quise interrumpir, pero escuché que querían ir a Silvershade Summit, yo podría llevarlos. Los dejaría cerca, voy en esa dirección.

—¡¿De verdad?! —gritó Emma, emocionada y abrazó a la mujer como si la conociera de toda la vida.

—Por supuesto —dijo y después le pareció escuchar que bajaba su tono de voz y murmuraba—. He esperado mucho tiempo a que llegaran.

Emma sacudió la cabeza, seguro el frío y el cansancio la estaban haciendo imaginar cosas. La mujer comenzó a alejarse y ella se apresuró a levantar sus pertenencias del suelo, pero su hermano la sostuvo del brazo.

—No me gusta, no creo que sea buena idea que vayamos con ella. ¿No te parece muy raro? Sentí que todos los vellos del cuerpo se me erizaban.

—Será que ya te estás transformando en hombre lobo —bromeó Emma y le quitó importancia. La verdad era que algo en su interior la estaba alertando, pero tenía tantas ganas de llegar que decidió hacer a un lado su intuición—. Es solo una anciana y nosotros somos dos, ¿qué podría hacernos? Hazme caso que para eso soy la hermana mayor. Vamos antes de que se marche y nos quedemos aquí varados.

—¡Solo por un minuto! —se quejó Ethan, pero agarró sus pertenencias y ambos siguieron a la anciana sin saber que estaban a punto de hacer lo que su madre tanto quiso evitar.

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