*—Callum:
Aunque las nanas insistieron en que ellas se encargarían de los gemelos, Callum decidió quedarse. Elías y Lucas estaban más irritables de lo normal, rechazaban el biberón y no conciliaban el sueño. Había sido una tanda nocturna agotadora, y al día siguiente, Callum apenas hilaba pensamientos cuando cayó en cuenta de lo obvio: los dientecitos.
La pediatra ya les había advertido de esa etapa. Trajeron mordederas y juguetes fríos para aliviar las encías, pero nada parecía convencer a los pequeños. Elías se arqueaba de incomodidad y Lucas lloraba desconsolado contra su pecho.
—¿Y si los pegas a tu pecho? —sugirió Jane, la más joven de las nanas.
Callum parpadeó, sorprendido.
—Ya no lacto… —le recordó. Como omega mutado, su cuerpo no había producido leche más de tres meses; desde entonces, los gemelos dependían de fórmula.
—No importa —intervino Elizabeth, con Elías en brazos—. Ellos buscan el calor, el consuelo. No es solo la leche lo que calma a un bebé.
Callum bajó la mirada a