*—Dominick:
Era la criatura más bella que Dominick había visto en su vida.
Lo pensó sin vergüenza ni duda, con la certeza de quien ha encontrado algo sagrado.
Sus ojos se deslizaron con lentitud por la figura masculina que yacía boca abajo sobre la cama, envuelto en la pálida luz que se filtraba por las cortinas. El cuerpo de su omega tenía una suavidad casi irreal, como tallado en seda y bronce, con esa piel tersa, de un tono dorado sutil que brillaba bajo el sudor seco del placer compartido. Estaba marcado. Besos violáceos, arañazos frescos, huellas rojizas de dedos que lo habían sujetado con necesidad. Cada trazo era una firma silenciosa que decía: es suyo.
Dominick se deleitó recorriendo con la mirada sus curvas apenas insinuadas, el leve estrechamiento de su cintura que daba paso a la redondez plena de su trasero, enrojecido por la intensidad de la noche. Los dos globos firmes lo llamaban, lo provocaban, como si supieran lo que despertaban en él. Dominick entrecerró los ojos, fas