Subtítulo:
“Hay amores que se gritan… y otros que se sienten con la piel.”
La mañana avanzaba lentamente, bañando la cabaña con una luz cálida que se colaba entre las cortinas. Ariadna estaba recostada en el sillón, sus manos descansando sobre su vientre que ya comenzaba a notarse con dulzura. Su piel brillaba como si la luna la hubiera bendecido, y sus ojos miel tenían un brillo sereno, profundo.
Kael se acercó sin hacer ruido, observándola como quien contempla la joya más preciada. Cada día que pasaba la amaba más, no solo por lo que llevaba dentro, sino por lo que era: su fuerza, su dulzura, su terquedad y ese fuego que siempre lo desafiaba.
—Estás más hermosa que nunca —murmuró, arrodillándose frente a ella.
Ariadna bajó la mirada, sonrojada, pero una sonrisa traviesa apareció en sus labios.
—Dices eso porque me ves distinta… pero también porque sabes lo que provocas cuando lo dices.
Kael sonrió de medio lado y apoyó la cabeza en su regazo.
—Provocar a mi hembra es uno de mis pla