Adrianna sintió un vacío en su estómago. Apretó sus labios y dibujó una leve sonrisa.
—¿Te parece si bajamos a tomar un café? —dijo, señalando discretamente hacia la cafetería que quedaba en el piso anterior. La invitó deseando que aceptara.
—Solo cinco minutos. Así te distraes un poco y te relajas.
Ella dudó un segundo. Tenía mil pendientes, la agenda apretada, y un día entero por delante. Pero algo en su interior, tal vez ese nudo que se aflojó dentro del ascensor le dió un poco más de seguridad en su misma, así como en su entorno.
—Está bien. —respondió con voz suave.
—Nos vendría bien algo caliente.
Caminaron y tomaron las es escaleras, bajaron evitando el ascensor como un acuerdo silencioso. Cuando llegaron, eligieron una mesa junto a la ventana. El sol de la mañana entraba tibio, pintando de dorado el borde de la taza que Paolo le acercó.
—Gracias por todo. —murmuró Adrianna, abrazando el vaso entre las manos.
—Será nuestro secreto. —dijo Paolo sonriendo. Adrianna lo miró dibuj