Mundo ficciónIniciar sesiónEl vehículo blindado de Dante Montaño se tragó la oscuridad de las calles secundarias de Milán. Dentro, el aire era una mezcla de pólvora y furia contenida, Elara se sentó pegada a la puerta opuesta, buscando la distancia que su mente necesitaba.
Tan pronto como la puerta se cerró Elara se soltó de su agarre. La frenética huida la tenía con el corazón desbocado, él seguía siendo su enemigo.
— ¡Detén esta m****a, Montaño! — siseó con firmeza — ¡Déjame ir!
Dante no la miró, pero su cercanía la estaba sofocando.
— ¡No! Acabas de presenciar un asesinato, Lyra Rossi. ¡Y ahora yo soy un hombre buscado! — Su voz sonó grave.
— Tu rostro está vinculado al mío. Te vieron salir de la escena del crimen conmigo.
— ¡El crimen es tu problema! — le gritó ella — Además, ¡Mi complicidad fue culpa de tu torpeza!
— ¡Eres mi maldita coartada!
— ¡Yo no soy tu puta coartada!
Pero, Dante la despojó de cualquier argumento cuando le dijo.
— El crimen es una puta sin escrúpulos, Lyra. Una vez que te toca, no te suelta. Ellos van a buscar a la mujer que me ayudó a huir.
La tensión se hizo más densa, y Elara apretó los puños. Él tenía razón, la ley no distinguiría entre víctima y cómplice.
— Déjame en un punto ciego, puedo desaparecer.
Dante se giró por completo y por fin posó sus ojos grises en ella. Su intensidad la desarmó cuando él se inclinó, e invadió su espacio.
— ¡No! Eres mi única testigo de que el agente ya estaba herido. Eres la única que puede limpiar mi nombre. Y hasta que lo hagas me perteneces, eres mi propiedad, Rossi. ¿Entendido?
Elara se sintió ofendida por la dominación, pero una oleada de fuego oscuro y prohibido le recorrió la espina dorsal. Odió la respuesta biológica de su cuerpo.
Odiaba su autoridad, su control, la necesidad que le producía su voz, el peligro que emanaba era magnético. Todo de él la atraía en un deseo prohibido.
Su plan de Vendetta se estaba ahogando en la atracción, que no debía sentir, por el hombre al que juró matar.
— Soy una CEO importante, no tu mascota — espetó.
— No, eres una coartada, deliciosa y llena de fuego, debo admitir, pero al fin de cuentas una coartada, y te usaré, así que mantente callada.
Ella cerró los ojos. La rabia y el odio se fundieron con una chispa inoportuna, su Vendetta se debilitaba.
Entonces, el conductor gritó.
— ¡Mierda! ¡Nos están siguiendo!
Dante miró por la ventana trasera. Un BMW negro, rápido y agresivo, los seguía de cerca.
— ¿Quién es? — preguntó Elara.
— No lo sé, pero conduce como un puto profesional.
El BMW se pegó peligrosamente a su lado, y en un destello de luces altas, Elara reconoció el rostro detrás del volante.
— Es Alejandro — murmuró, sintiendo un nudo en el estómago.
— ¿El Fiscal? — Dante frunció el ceño.
— Creo que nos ha estado siguiendo desde el hotel.
— Alejandro solo te quiere lejos de mí.
Y entonces, un sonido más agudo y aterrador irrumpió en la noche, sirenas. La policía de Milán se unía a la caza.
La persecución duró solo unos minutos. Los coches de policía los acorralaron justo en la majestuosa entrada del Palazzo Montaño, y todo se volvió un infierno.
— ¡Montaño, bájese del vehículo con las manos en alto! — gritó un oficial por el megáfono.
Dante salió del coche y abrió la puerta de Elara.
— Vamos, entremos. Mis abogados arreglarán esto.
— ¡No! ¡Me largo!
Pero Dante fue más rápido, y la atrapó. Su mano firme y cálida, se cerró alrededor de su cintura tirando de ella, y sus cuerpos chocaron.
El forcejeo no fue solo para inmovilizarla, era una declaración de territorialidad. El peligro, la adrenalina y la proximidad crearon una chispa peligrosa.
— ¡No vas a ninguna parte! ¡Eres mi única coartada! — gruñó Dante, sujetándola con firmeza.
Justo en ese momento, el BMW negro de Alejandro se detuvo abruptamente. El Fiscal salió de su coche con una furia apenas contenida.
— ¡Dante, suéltala ahora! ¡Lyra no tiene nada que ver con tus crímenes!
Elara sintió que su plan de escape se derrumbaba. El rival de Dante había llegado a reclamar su presa.
— ¡Ella es mi prometida y mi testigo, Alejandro! — replicó Dante sin soltarla, apretándola un poco más contra él — ¡No te metas en esto!
— ¡Soy el Fiscal Jefe! ¡Y estás bajo arresto por asesinato!
Un detective de homicidios se abrió paso entre los policías y se enfrentó a Dante.
— ¡Dante Montaño, queda detenido! Póngase contra el coche. Y usted, señorita, también tiene que acompañarnos.
— ¡No tengo nada que ver con esto! ¡Pregúntenle a mi prometida! — Dante tiró de Elara hacia él, sujetándola.
Alejandro, consumido por la furia posesiva, no soportó ver a Elara bajo el control de Dante. Agarró el brazo libre de Elara y tiró de ella con una fuerza inesperada para separarla del mafioso.
— ¡Quietos los tres! — gritó el detective, apuntándoles con el arma.
Alejandro se dio cuenta de su error. Su rivalidad por Lyra Rossi acababa de poner en peligro su propia carrera.
— Detective, espere — dijo Alejandro con su voz forzada — Dante Montaño no ha cometido el homicidio.
La declaración del fiscal fue inesperada.
— ¿Qué dice, Fiscal Jefe? — preguntó el detective, incrédulo.
— Yo seguía a Montaño desde el hotel, ya que Lyra Rossi me interesaba. El agente ya estaba en el suelo, muerto. Montaño es inocente, Detective, yo soy testigo de ello.
Elara sintió un escalofrío, la obsesión de Alejandro por ella acababa de salvar la vida y la libertad de Dante. La ley se había doblegado.
El detective rugió de frustración, pero les ordenó a sus hombres bajar las armas.
— ¡Esto no se queda así, Montaño! ¡Y a usted, Fiscal, lo quiero en mi despacho mañana a primera hora!
Los policías se alejaron, dejando solos a los tres. Dante soltó a Elara, y la tensión fue sustituida por la incomodidad.
— Te lo debo, Alejandro — dijo Dante con reticencia.
— No me debes nada — replicó Alejandro con rabia. Su mirada se dirigió a Elara — Vámonos, Lyra. Te llevo a casa.
Elara, sabiendo que su coartada había sido liberada, no dudó.
Alejandro la dejó en la puerta de su apartamento.
— Te llamo mañana, Lyra — dijo, su rostro fue una mezcla de alivio y deseo no disimulado — Aléjate de Montaño. Es un asesino y un animal.
— Lo haré — murmuró Elara, sintiendo la mentira en su boca.
Elara entró en su apartamento y se dejó caer contra la puerta, la Vendetta se había complicado. Tenía al supuesto asesino de su padre, libre y al Fiscal, obsesionado con ella.
Mientras tanto, en el imponente Palazzo Montaño, Dante se sirvió un whisky. Lyra había desaparecido, pero el rastro de su perfume era el único signo de la pérdida.
Dante se acercó al espejo y se miró.
— ¡Esa mujer es la clave, Dante! La que te salva o la que te puede hundir.
Alzó el vaso y lo bebió de un trago.
— Ese estúpido santurrón no se saldrá con la suya. ¡No te la llevarás, Alejandro! ¡Lyra Rossi es mía! ¡Y si tengo que casarme con ella para que lo entiendas, lo haré!







