Una súplica desesperada

—No… no estoy de acuerdo, no lo harás… —La voz cargada de desesperación de Alaric resonó en el lugar.

Rachel, de pie frente a él, le dedicó una pequeña sonrisa, imaginando la terrible preocupación que lo poseía.

—Alaric, piénsalo. Es la única vía. Si yo lo hago…

—¿Y si te ocurre algo? Por favor, no me hagas esto. Acabo de recuperarte, no me hagas perderte de nuevo. Me volveré loco si te llego a perder, si llegase a sucederte algo, sí… —La voz de Alaric se quebró. Orión, que estaba a un costado, se sintió arrepentido y su voz sonó incómoda.

—Alaric tiene razón. No debí proponerlo. Estoy hablando como un demente, sin claridad. Eres mi hermana, ¿cómo pude sugerir algo semejante? Olvídalo. Buscaremos otra solución y…

—Y perderemos a Sierra —Rachel cortó la súplica—. Entiendo su preocupación, pero si hacemos las cosas como deben ser, nada malo pasará. Estaré a salvo… ¿No es así? —La mirada de Rachel se dirigió a Misac, quien hizo una mueca, como si el peso de esa responsabilidad fuera dema
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