El restaurante era una sinfonía de lujo y discreción.
Cristales tintineaban, las voces eran poco más que murmullos educados y la luz de las velas creaba un ambiente íntimo, casi sofocante.
Sierra observaba a su madre, la señora Pierce, quien comía en un silencio calculador, sin levantar la vista de su plato.
La incomodidad era una presencia más en la mesa.
—Te he citado aquí por una razón, Sierra —la voz de su madre rompió el silencio, tan fría como el hielo. Finalmente, levantó la vista y sus ojos, tan diferentes a los de Sierra, estaban llenos de una reprobación inconfundible—. He escuchado lo que tu amiguita hizo. Vender las joyas de la familia Winter en una tienda. ¡Qué falta de decencia!
Sierra sintió una punzada de vergüenza y, al mismo tiempo, una oleada de rabia.
—Madre, no es lo que parece. Destiny...
—No me digas lo que es. No estoy interesada en las historias que una huérfana inventa para excusar su vulgaridad —su madre la interrumpió, su tono cada vez más gélido—. Por su f