Triana Ayesa irrumpió en la sede de la Corporación Winter como una ráfaga de furia desatada. Su rostro, que normalmente se esforzaba por mantener una máscara de perfecta belleza, estaba contorsionado por la rabia.
La humillación pública en la joyería la había herido más que cualquier desaire anterior, y su única meta ahora era asegurarse de que Alaric Winter sintiera la misma ira que ella. No le importaba el decoro ni la mirada de los empleados que se apartaban a su paso; solo el deseo primitivo de venganza la impulsaba.
El secretario Frost la detuvo en la entrada de las oficinas ejecutivas. Su expresión era de una calma gélida, como un muro de hielo que se interponía entre ella y su objetivo.
—Señorita Ayesa, el señor Winter está en una reunión. No puede pasar.
—No me digas qué puedo y qué no puedo hacer —Triana siseó, intentando apartarlo—. Tengo que hablar con él ahora. Es un asunto de la mayor importancia.
—Todos los asuntos del señor Winter son importantes, señorita. Le ruego que