La voz aterciopelada de Destiny llenó el bar. La melodía era suave y melancólica, una balada que encajaba perfectamente con el ambiente de humo y murmullos.
La multitud la escuchaba en un silencio reverente, y cuando terminó la última nota, una ovación estruendosa estalló.
Destiny sonrió, inclinó la cabeza en señal de agradecimiento y caminó hacia su camerino con la gracia de una reina.
Al entrar, vio a Sierra sentada en una silla, con el rostro iluminado por la luz de su teléfono, una expresión de profunda indecisión en su cara.
Parecía debatir si escribir un mensaje o no. Destiny, en un gesto juguetón, se acercó silenciosamente y le dio un leve toque en el hombro.
—¡Agh! —Sierra dio un pequeño grito, asustada, y casi deja caer el teléfono—. ¡Destiny! Me asustaste.
—¿Qué te sucede? —preguntó Destiny, mientras se sentaba para quitarse los tacones—. Pareces un fantasma que no sabe si asustar o no. ¿Es Orión? ¿Acaso te debatías si enviarle un mensaje?
Sierra se sonrojó y guardó el teléf