La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz de la luna que se colaba a través de las persianas. El aire, denso con el aroma del whisky de malta y el perfume de jazmín, era una mezcla tóxica que Triana conocía bien.
Esperaba a Stephen Rider, su más grande aliado, con una mezcla de ansiedad y excitación. Él entró con un paso pesado, su rostro era una máscara de furia.
—¡¿Qué diablos estabas pensando?! —rugió, su voz cortando el silencio como un cuchillo afilado. —Involucrarte con los Blaine… ¿Sabes lo que esto significa? Ahora iniciarán a sospechar de todo, ¿tienes idea de cuántos años he estado trabajando para lograr escaparme de sus manos? ¡Y todo por tu culpa! Estoy muy molesto.
Triana se encogió, pero rápidamente se recompuso, la máscara de inocencia que usaba con Alaric se desvaneció, revelando una sonrisa que podría decirse seductora.
—Tranquilízate, Stephen. Alaric es un tonto, es demasiado egoísta para pensar que hay una traición a su alrededor. Se cree un héroe.