El silencio en el auto era pesado, cargado de una tensión insoportable. Katerina observaba por la ventanilla cómo los edificios de la ciudad quedaban atrás, dando paso a un paisaje más abierto y desolado.
El camino era largo y solitario.
—¿A dónde me llevas? —preguntó, intentando mantener la calma.
Aaron no respondió de inmediato. Su mirada permanecía fija en la carretera, sus manos firmes en el volante. Había una rigidez en su postura, un control absoluto que le hacía entender que él no se dejaría manipular.
—A un lugar donde podamos hablar sin interrupciones.
Su voz sonó fría, pero no distante. Era la voz de un hombre que había llegado al límite de su paciencia.
El pecho de Katerina se apretó.
Había querido evitar esto a toda costa, pero Aaron no era alguien fácil de engañar.
El auto se detuvo en un claro alejado de la ciudad, una zona apartada donde solo se escuchaba el viento golpeando las ramas de los árboles.
Aaron apagó el motor y giró su rostro hacia ella.
—Bájate.
Katerina tr