El sol apenas despuntaba en el horizonte cuando el teléfono de Aaron vibró sobre la mesita de noche. Katerina, aún sumida en el letargo del sueño, sintió cómo su esposo se movía con cautela para responder la llamada sin despertarla. Sin embargo, el tono serio de su voz la sacó de su sopor.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Aaron en italiano, su ceño frunciéndose con cada palabra que escuchaba.
Katerina entreabrió los ojos y lo observó. Aunque su tono se mantenía firme, su expresión indicaba preocupación.
—Entiendo —continuó Aaron—. Haré los arreglos para viajar cuanto antes.
Katerina se incorporó un poco, apoyándose en la cabecera de la cama.
—¿Pasa algo? —preguntó con voz adormilada.
Aaron colgó y dejó el teléfono sobre la mesa antes de mirarla.
—Un problema en la sede de Italia —explicó—. Necesito viajar hoy mismo.
Katerina asintió lentamente.
—¿Cuánto tiempo estarás fuera?
—Depende de la gravedad del asunto —respondió él—. Podrían ser unos días... o quizás una semana.
Se quedó en silenc