UNA IMAGEN DICE MAS QUE MIL PALABRAS.

Maximilien estaba sentado en su despacho. Movió el cuello con cansancio; la noche anterior había tenido que viajar de urgencia a una de sus sedes en otra ciudad para resolver asuntos pendientes. El regreso fue agotador, y las obligaciones no parecían darle tregua.

El almuerzo con Gracia del día anterior lo tenía desconcertado. Sabía que su amabilidad era genuina, pero no quería que ella lo viera rendido a sus pies, así que optó por no escribirle.

Casi era la hora del almuerzo. Revisó su teléfono, ningún mensaje de Gracia. Suspiró hondo, y en ese instante, la puerta de su despacho se abrió de golpe.

Maximilien se puso de pie de inmediato.

—¿Gracia? —preguntó, esperanzado.

Pero su rostro se descompuso al ver que no era ella.

Era Celeste.

—Maxi, ¿cómo estás? —saludó con una sonrisa insinuante.

—Celeste... ¿Qué haces aquí?

Llevaba un gabán oscuro que apenas le cubría hasta los muslos. Sus tacones altísimos realzaban su figura delgada, sus labios lucían un rojo carmesí que contrastaba con
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