UNA DESESPERANZA

Maximilien se devoró todo lo que ella había preparado, dejando el plato completamente vacío. Su expresión reflejaba una satisfacción total.

—Muchas gracias, estaba delicioso, Gracia —dijo al levantarse de la mesa—. Nos vemos en casa.

Su tono fue seco, y sin más, salió del restaurante.

Gracia se quedó confundida. Por un lado, se sintió halagada de que se lo hubiera comido todo y le diera las gracias; pero por otro, le resultó desconcertante que se marchara sin compartir un momento más con ella.

Recogió sus cosas, guardó todo en la pequeña maleta y se dirigió al elevador.

Al llegar al primer piso, se cruzó con Caleb, que también venía de almorzar.

—Gracia, ¿cómo estás? ¿Ya te vas?

—Sí, Caleb. Supongo que Maximilien tiene mucho trabajo, así que no quiero quitarle más tiempo.

Caleb suspiró. Había sido testigo de cómo Maximilien había ajustado su agenda con precisión solo para poder almorzar con ella, y no precisamente por una hora. Aquella actitud tan fría le resultó desconcertante.

—¿Y M
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