—Señora, ¿le apetece una taza de té o café? —preguntó Antonia a Gracia al notar su impaciencia mientras esperaba a Maximilien.
—Ya he bebido demasiado té por hoy, gracias, Antonia.
—El señor podría tardar un poco. Le recomiendo que se recueste un rato —sugirió con una sonrisa cordial. Pero justo en ese instante, la puerta principal se abrió: era él.
Su expresión era dura, fría como el hielo. Gracia se puso de pie al verlo, sin darle tiempo siquiera de acomodarse. Caminó hacia él y le recibió el portafolio.
—Maximilien, ¿cómo estás?
—Bien. ¿Qué tal tu día, Gracia?
Ella sonrió al instante, aunque algo avergonzada alzó las manos en un gesto de rendición, no podía esperar para hablarle.
—Quiero pedirte disculpas por lo de anoche. Te juzgué mal.
—Está bien —respondió con frialdad.
—También quiero agradecerte por lo que hiciste por mí ante los dueños de las galerías. Poder exhibir de nuevo mis obras significa mucho para mí —añadió ella con la voz temblorosa por los nervios.
Maximilien