Fernando, consumido por la desesperación, había intentado comunicarse con Gracia por todos los medios posibles, pero ella lo había bloqueado de todas partes. Probó con números distintos, buscó a sus amigos… también a ellos los había apartado. Era como si Gracia hubiese decidido borrarse del mundo de forma intencional, al menos del suyo.
Sirvió una copa y la llenó hasta el borde. Bebió un trago largo, amargo. Luego, alzó la vista y recorrió con la mirada cada rincón de la casa. De Gracia no quedaba nada. Y, sin embargo, todo hablaba de ella.
Los recuerdos más simples lo asaltaron de pronto, aferrándose con fuerza. Como aquel cumpleaños de Gracia, años atrás. Fernando no tenía dinero para comprarle un pastel digno de ella, así que dejó de cenar durante varias noches, ahorrando lo poco que tenía. Finalmente, pudo invitarla.
Cuando Gracia vio el pastel, sus ojos se iluminaron y lo llenó de besos.
—Fernando, mi amor… es hermoso. No debiste molestarte.
Él solo sonrió, pues la felicidad de