—Buenos días, señora Gracia —saludó con suavidad una enfermera al entrar en la habitación. Gracia, aún somnolienta, abrió los ojos lentamente y dirigió la mirada al sofá. Estaba vacío. Maximilien ya no estaba allí.
—Buenos días, enfermera... ¿y mi esposo?
—Salió hace un rato. Dijo que volvería en un par de horas. No quiso despertarla porque notó que tuvo una noche difícil. Pero ya son casi las diez, es importante que se arregle un poco, y si puede, que tome algo de sol. El jardín del hospital es precioso. Le hará bien salir un rato.
—Claro… tomaré una ducha y saldré a caminar. Me siento algo asfixiada.
La enfermera se acercó y la ayudó a incorporarse con cuidado.
—Es lo mejor que puede hacer. Un poco de vitamina D le levantará el ánimo.
Minutos más tarde, Gracia caminaba lentamente por el jardín. Acariciaba con delicadeza su vientre, mientras su mirada vagaba entre los árboles y los rostros de los demás pacientes. Algunos luchaban contra dolencias físicas, otros acompañaban a niños fr