32. Remo debe entregar a Marianné
Remo cayó hacia atrás.
Marianné ahogó un jadeo.
Y se escuchó otro disparo.
Savino había arremetido contra un Valentino que fue sacado de allí por sus esbirros con una herida a un costado.
— ¡Remo está herido! — avisó Savino por un auricular, poniendo a toda la gente conectaba a través de este, en alerta.
Marianné se arrodilló al verlo tendido, aterrada.
— ¡Remo… Remo! — llamó, asustada.
Él intentó no toser.
— Estaré bien, tranquila.
— ¡Tenemos que sacarte de aquí! — dijo Savino, acercándose.
— No puede quedar sola, Marianné… no puede… quedar… sola — dijo con voz tambaleante. Su cuerpo ya comenzaba a experimentar el ardor de la bala dentro de su sistema con más fuerza.
— No la dejaré — le prometió Savino.
Remo asintió, pues era consciente de que en cualquier momento perdería el conocimiento, y no quería que Marianné quedase sin protección. La miró a los ojos. Ella derramaba lágrimas silenciosas que se limpiaba cada tanto.
— Haz lo que Savino te diga. No te separes de él.
—