Podía enamorarse de cualquier mujer sobre la faz de la tierra y ser correspondido, pero era un terco por naturaleza y se encaprichó con ella… la única a la que tenía prohibido amar. La hija de sus enemigos. La hermana del miserable que deshonró a la suya y la empujó al suicidio. Marianné Cavallier, obligada a casarse para salvar a su familia de la ruina económica, ve su horrible destino pasar frente a sus ojos cuando su nuevo esposo intenta abusar de ella en la noche de bodas. Dividida, entre escapar y ser señalada por la alta sociedad Siciliana o aceptar su despiadado destino a manos de un hombre que no amaba, se ve a sí misma en un peligro aún mayor tras aceptar inocentemente la ayuda del enemigo mortal de su propia familia. Remo Gambino está destinado a casarse con la prometida que ha elegido su madre para asegurar el poder y el prestigio que les garantiza la corona de Sicilia. De camino a su propia ceremonia, presencia el maltrato hacia la única mujer a la que debería importarle un comino lo que le suceda; sin embargo, preso de un impulso del corazón, decide intervenir, y a pesar de reconocer su identidad como la hija de sus enemigos, la rescata y la lleva a su mansión con la intención de quien sabe que, lo único que sabe es que no puede apartarse de ella. Esta decisión desata un escándalo entre ambas familias, obligando a Remo y a Anné a enfrentarse a los desafíos sociales y, a la creciente atracción que comienza a despertarse en ellos cada día. — ¡No permitiré que impongas la presencia de esa mujer aquí! — Marianné se queda, y a quién no le guste, que se enfrente a mí. ¿Quién será el primero?
Leer másObligada a dar el “sí, quiero”, acompañada de los aplausos y la presencia de los pocos que aún tenían en estima a su familia, Marianné solicitó hablar a solas con su padre.
Marianné había nacido en el seno de una familia que gozaba del poder que el dinero le permitía. Durante décadas, estuvieron asociados con la familia Gambino, hasta que estos decidieron traicionarlos de un momento a otro y llevarlos a la quiebra en su punto más crítico, o al menos eso era con lo que ella había crecido sabiendo… y que cerca estaba de conocer los verdaderos motivos.Ahora, Marianné había sido obligada a sacrificarse por la familia, casándose con un hombre rico que prometía devolverles todo aquello que habían perdido.— Pero niña, sabe que su padre está ahora con su… bueno, ya sabe, su esposo — aquella palabra sacudió el pecho de la muchacha. No se acostumbraría jamás —. Y no le gusta que lo interrumpan.— Lo sé, nana, pero de verdad necesito hablar con él.La pobre mujer torció el gesto y suspiró, sabiendo que al final del día se metería en problemas. Sin embargo, ¿Qué no haría por la niña de sus ojos? Aquella a la que había visto dar sus primeros pasos siendo solo una vieja empleada más de aquella mansión.— Se prudente, ¿sí? — le rogó y se hizo a un lado.Marianné le dedicó una sonrisa sin fuerza. Berta era como su segunda madre. Después entró. Su padre y marido estaban allí. Mariano Cavallier y Valentino Carusso. Ambos giraron el rostro en cuanto la vieron. Los ojos del segundo se iluminaron ante la belleza femenina.— Querida esposa — mencionó con orgullo.Marianné se forzó a sí misma a mostrar una sonrisa que lejos estaba de ser sincera. No se sentía en lo absoluto feliz, ni siquiera cuando le habían vendido a Valentino como el esposo perfecto y su comportamiento era el de un caballero. Desvió la mirada.— Padre, ¿tiene un momento… a solas?El hombre la miró con aprensión.— Ahora no, Marianné. Estoy en un asunto importante con tu esposo — señaló los papeles a firmar que lo salvarían del bache económico en el que había caído su familia.— Lo sé, padre, pero… esto también es importante.— Querida, te he dicho que estoy ocupado.— Creo que los negocios pueden esperar un poco, suegro — intervino Valentino, tomando la mano de Marianné y depositando un cálido beso en sus nudillos —. Deja que mi hermosa esposa diga lo que ha venido a decir.En cuanto Valentino salió y Marianné y su padre quedaron solos, este suspiró y le advirtió sobre ser rápida en lo que había ido a decirle. No quería retrasar aquella firma un segundo más.— ¿Y bien…? — se cruzó de brazos.Esperanzada, Marianné lo miró a los ojos.— Padre, yo… no quiero irme de casa.El hombre rio como si hubiese escuchado un chiste.— Querida, es normal, pronto te acostumbrarás.— No lo amo, padre — confesó con el corazón encogido—… no lo amo y estoy segura de que nunca lo amaré. No seré feliz. Tampoco me acostumbraré. a una vida sin amor.— No debes amarlo. Solo debes ser su esposa.— Pero padre…— Marianné, ya deja de hacerme perder el tiempo con tus tonterías, mejor ve y despídete de tu madre, no sabes cuando la volverás a ver ahora que eres una mujer casada— el hombre rodeó el escritorio y se acercó a la puerta.— Creo que este matrimonio ha sido un error — soltó Marianné sin pensarlo. Su padre ladeó la cabeza y la miró con ojos entornados.— Un error, ¿eh? — preguntó con incredulidad. ¿Cómo se atrevía? ¡Era una malagradecida!— Debe haber otro modo de salir de esto. Un matrimonio sin amor no funcionaría jamás. Por favor, padre, anula esta alianza. Lo he pensado bien y…— Tú aquí no tienes permitido pensar, Marianné. Este matrimonio es nuestra única oportunidad de volver a ser el apellido que éramos — argumentó —. No puedo permitir que tu capricho arruine todo lo que he hecho para salvar a esta familia.— O arruinarla — replicó, consiguiendo que el rostro de su padre estallara de ira, entonces alzó la mano y le atravesó la mejilla con una bofetada que resonó en la habitación.Marianné se tambaleó a causa del impacto, sintiendo un horrible resquemor recorrerle la mejilla. Se llevó la mano a la zona lastimada con ojos llorosos.— ¡Eres una necia malagradecida! — exclamó — ¿Es que acaso no ves que esto lo hago por ti, por tu madre, por salvaguardar el poco prestigio que le queda a esta familia?— ¿Qué hay de mi felicidad? — preguntó con la voz quebrada por el peso del destino que cernía sobre ella.— La felicidad la puedes conseguir si te lo propones.— ¿Pero al lado de un hombre que no amo, padre, que jamás amaré?— Aun así, Marianné— ¿Cómo estás tan seguro? — las lágrimas amenazaban con desbordarse. Se negaba a creer que todo aquello con lo que había soñado: el príncipe azul y el amor verdadero, murieran allí, a sus veintiún años.— Lo sé y punto.Para ella eso no era una respuesta.— ¿Es que acaso no amabas a mi madre cuando te casaste con ella? — quiso saber.Mariano Cavallier irguió el mentón.— Fue un matrimonio impuesto por nuestras familias, construimos un imperio e hicimos de nuestro apellido el que es ahora.Marianné no lo podía creer. La historia que le había contado su madre desde pequeña y con la que había fantaseado cientos de veces, se alejaba de aquella cruda verdad. ¿Esa era la vida real? ¿Tan cruel y despiadada?— No es ese el destino que quiero para mí — se impuso.— Es el que te ha tocado como hija de esta familia, Marianné. Debes hacer lo que se espera de ti. No hay lugar para los caprichos en nuestro mundo. Este enlace es nuestro único camino.— Pero padre…— ¡Ni una palabra más! — abrió la puerta y la instó a salir.Con el corazón roto y el orgullo herido, Marianné se limpió las lágrimas y salió de allí. Se dirigió a la habitación de su madre, pues aunque sabía ella no podría hacer cambiar su desolado destino, al menos le daría consuelo.— ¿Madre? — llamó con voz queda. La encontró a los pies de la ventana, abrazada a sí misma y con la vista perdida en el jardín.Begonia de Luca se giró en cuanto escuchó la voz de su hija. Sus mejillas sonrojadas y ojos cristalinos le rompieron el corazón en pedazos.— Oh, cariño — resolló la mujer, invitándola a acercarse.— Madre — se lamentó la joven de veintiún años, y corrió a refugiarse en sus brazos como cuando era una niña pequeña y había sido amedrentada por su padre a causa de una travesura infantil.— Cuanto desearía que las cosas que no fuesen así — confesó la mujer, devastada. Su niña apenas conocía la vida fuera de la mansión. ¿Qué haría en un matrimonio impuesto?Marianné alzó el rostro.— ¿En serio?— Por supuesto que sí, cielo. Me habría encantado que salieras por esa puerta de la mano de un hombre del que de verdad estuvieses enamorada, pero…— Lo sé, fue la decisión de padre y a él nadie le puede refutar — musitó con rencor. Su padre jamás la había querido como a su hermano ni tomado en cuenta. Para él las mujeres eran débiles y solo servían para el hogar.— Anné, hija…En eso, alguien llamó a la puerta.Berta asomó la cabeza.— Mi niña, ya te esperan — informó con pesar.Marianné asintió. Sabía ya lo que eso significaba. Se iba de casa. Iba a dejar todo lo que conocía atrás y enfrentarse a la vida de casada.Con un último vistazo a los ojos llenos de compasión de su madre, se secó las lágrimas y se armó de valor para salir.— ¡Marianné! — llamó su madre por última vez, e incapaz de enfrentar la desgarradora despedida, tiró de sus brazos y la estrechó contra sí por última vez. Marianné se dejó ir, acompañadas por las lágrimas y las fuertes sacudidas involuntarias — Cuídate, mi niña, por favor cuídate — aconsejó con voz de experiencia, pues sabía la desdicha que se vivía bajo un matrimonio impuesto. Tomó sus mejillas y le besó la frente antes de dejarla ir.A los pies de las escaleras, Valentino esperaba a Marianné con los ojos clavados en cada uno de sus movimientos. Parecía fascinado con la esposa que había conseguido para él.Valentino la esperaba a los pies de las escaleras, con los ojos clavados en cada uno de sus movimientos y con un hambre tan voraz que a Marianné le causó miedo.— Tienes una belleza irrepetible, Marianné. Soy tan afortunado de ser tu esposo — la aduló con suavidad, maravillado, y extendió su mano para que ella la tomara — ¿Estás lista para tu nueva vida?Marianné aceptó el frío contacto de sus dedos contra los suyos y asintió levemente. Pero mentía. Jamás iba a estar preparada para compartir su vida al lado de un hombre que no amaba.Mucamas y guardias observaron en silencio mientras Marianné se alejaba de la mansión Cavallier. Sus miradas llenas de compasión por aquella muchacha alegre y simpática con todos sin importar las diferencias sociales.Desde el vestíbulo de la mansión, Mariano Cavallier se despidió con un gesto de satisfacción y orgullo. Su apellido volvería a ocupar el lugar que le correspondía. Mientras tanto, con el corazón apabullado y las lágrimas rodando por sus mejillas, Begonia de Luca observó la partida de su hija hasta que el auto desapareció en las sombras de la noche.En el interior del lujoso auto que compartían Marianné y su esposo, el silencio se volvió casi abrumador. Solo era interrumpido por el zumbido del motor. Ella no le había dedicado en todo el camino ni una sola palabra, mucho menos una mirada, así que era completamente ajena a la molestia que sentía Valentino en ese momento.El hombre había escuchado la conversación entre padre e hija y se sentía ofendido.— Así que anular el matrimonio, ¿eh? — mencionó con sarcasmo. El tono de su voz era como un cuchillo afilado.Marianné se quedó helada por un segundo ante las palabras, como si de pronto hubiese sido descubierta a mitad de una traición.Ladeó la cabeza. Su mentón siempre erguido. Era una jovencita elegante por naturaleza.— No comprendo a que te refieres — murmuró.Valentino sonrió con amargura. Sus ojos reflejaban una mezcla de indignación y rabia.— No te hagas la inocente, Marianne. He escuchado cada palabra que intercambiaste con el inepto de tu padre — gruñó entre dientes, tomando por sorpresa a la muchacha ante el juego de palabras —. Es un insulto para mi familia que después de todo lo que estoy haciendo por la tuya, sobre todo por ti, para que sigas nadando en las riquezas a las que estás acostumbrada, pienses siquiera en anular nuestro matrimonio el mismo día en el que nos hemos casado. ¿Quién te crees que eres?El corazón de Marianné se detuvo. La forma en la que la miraba se alejaba del inocente cordero al que había conocido un par de horas antes de dar el “sí”. Ahora parecía estar frente a un lobo. Quizás siempre lo había sido.La boda de Marcello y Ginevra fue la primera en celebrarse, y por supuesto, todos fueron invitados. Se mudaron a una propiedad en la que serían solo ellos y la familia que juntos formarían. El personal de servicio contaba con apenas una mucama, un jardinero y un chofer, pues Ginevra quería tomar su rol como ama de casa y hacer las cosas por su cuenta, como tanto había querido y soñado en silencio.Cuando la bebé nació, porque fue una niña, la llamaron emperatriz, y fue la adoración de Marcello, tanto que dedicaba largas noches a dormirla mientras Ginevra se recuperaba de una cesárea de emergencia bastante complicada.Por otro lado, Fabio y Florencia retomaron las vidas que habían pausado hace más de cinco años, y con su hija, se fueron a vivir a Roma.Florencia allí tenía su trabajo, y por ende, la vida que había hecho como madre soltera en un barrio común de la ciudad. Lo único que a Fabio no le gustaba era su vecino, que parecía demasiado interesado en ella, tanto que los celos comen
Savino no supo por cuanto tiempo estuvo allí, pero sin darse cuenta, se quedó dormido junto a la puerta de la habitación, y es que cuando dijo que no se movería de allí hasta verla y pedirle, no, suplicarle que por favor no se casara, hablara muy en serio.Tan en serio que Serafina se llevó una escalofriante sorpresa cuando volvió entrada la mañana.Había caminado por las calles sicilianas durante las últimas horas, sin rumbo fijo, abrazada a sí misma mientras pensaba sobre la decisión que había tomado.No amaba a Filippo. Jamás lo amaría. Por eso tomó la decisión de comprar un boleto de avión, que saldría un par de horas antes de la boda y se iría lejos de allí, donde nadie la encontrara, donde el recuerdo de Savino no doliera tan profundamente.También se disculpó con Filippo, pero es que de verdad no podía casarse con él, y no supo qué pasó por su cabeza cuando le dijo que sí.La reacción de Filippo fue por supuesto de enojo. Estaba diciéndole todo aquello HORAS antes de la boda, y
— ¿Cómo has podido? ¡Te la confié una y mil veces carajo! ¡Me dijiste que jamás correspondiste a sus insinuaciones! ¡Me dijiste que…!— ¡Sé lo que te dije, Remo! — al fin Savino habló, interrumpiéndolo — ¡Sé lo que te dije y durante mucho tiempo fue así, pero… no pude evitarlo!Remo sonrió sin sonreír.— No pudiste evitarlo, ¿eh? ¿Por quién me tomas?— Remo…— ¡Es mi hermana, joder, mi hermana! ¡Y tú… tú eras mi amigo, Savino!Savino pasó un trago.— Jamás fue mi intención traicionar tu confianza.— Pero lo hiciste.— Si quieres que te diga que me arrepiento, no puedo. Me enamoré de Serafina. Me enamoré como nunca esperé hacerlo.Ante aquella confesión, Remo se quedó mudo. Conocía a Savino de toda la vida y jamás lo había visto hablar así acerca de sus sentimientos, aquellos que tenía por su hermana.Contrariado, se mesó el cabello y echó la cabeza hacia atrás en busca de aliento.— ¿Desde cuándo?— Remo…— Savino, necesito saber desde cuando tú y mi hermana… — ni siquiera pudo termina
— ¡No vuelvas a hacer eso! ¡Te lo prohíbo!— Serafina…— ¡Vete de aquí! ¡No tienes derecho a jugar conmigo de esta forma, mald¡ito cobarde!— Llámame como quieras, pero escúchame muy bien. No vas a casarte con ese bueno para nada.Serafina respondió con una risa sin gracia.— ¿Quién va a impedirlo, tú? No me hagas reír. No tienes las suficientes pelotas para hacerlo. Me casaré con Filippo y no podrás hacer absolutamente nada al respecto.Savino apretó los puños.— ¿Y qué harás en la noche de bodas, eh? — se acercó un paso, luego otro. Serafina no se intimidó, o al menos fingió no hacerlo — ¿Qué harás cuando descubra que ya no eres pura? ¿Qué ya fuiste de otro hombre? ¡Que fuiste mía!Serafina pasó un trago y una lágrima la traicionó.— ¿Qué más te da? No es como si te importara, de ser así no me hubieses llevado a la cama para luego dejarme tirada. Ahora soy una mujer manchada, pero esa responsabilidad es mía, fui yo la que cayó redondita en tu juego.La mirada de Savino se suavizó. Le
Remo y Marianné llevaron a la mansión la noticia de su reciente compromiso, alegrándolos a todos. La nonna no se pudo mostrar más feliz por ellos y las felicitaciones no faltaron por parte de Florencia, Fabio y Marcello, incluso Ginevra también les deseó lo bueno.— Sé que en un principio me porté mal contigo, y no sabes cuánto lo lamento, Marianné, pero si de algo sirve, estoy muy arrepentida. Jamás amé a Remo, no como se nota que tú lo amas a él… ni tampoco me amó, no de la forma tan intensa en la que se te ama a ti — le había dicho Ginevra a Marianné, en un momento a solas que compartieron.Marianné le sonrió, pues se notaba que era sincera, además.— También me alegra que vayas a casarte con Marcello. Es un buen hombre.Ginevra asintió, echándole un rápido vistazo a su prometido.— Lo es, tanto que… no sé si lo merezca.— ¿Le quieres?— Con todo mi ser.— ¿No crees que eso sea suficiente?— No es eso, es solo que… no quiero que algún día me reproche.Marianné arrugó la frente.— ¿P
Serafina no supo por cuanto tiempo estuvo caminando sin rumbo fijo, pero lo cierto es que volvió a la mansión poco antes de la madrugada, empapada de agua y el alma arrastrándola por el piso.Una mucama le avisó sobre los regalos de cumpleaños que comenzaron a llegar desde esa misma tarde, aunque no sería hasta el día siguiente cuando cumpliese oficialmente la mayoría de edad.— Gracias, los veré después — informó con una media sonrisa antes de encerrarse en su habitación hasta el día siguiente.Despertó gracias a los pequeños golpecitos sobre la puerta, así que se incorporó sonámbula y abrió, solo para darse cuenta de que no había nadie allí, salvo por una pequeña caja a la altura de sus pies que notó cuando bajó la vista.Entornó los ojos al tiempo que la tomaba y volvía a la habitación.Era una caja rectangular aterciopelada, color marfil. Seguramente se trataba de cualquier otro regalo de cumpleaños, uno al que tampoco pudo haberle prestado atención, pero, por extraño que fuese, es
Último capítulo