La mañana en la Mansión Moore era tranquila, casi demasiado. El sol apenas tocaba las hojas del rosal, y James estaba sentado en uno de los bancos del jardín, con la mirada perdida en el estanque. El café en su mano ya estaba frío.
Noah se acercó con paso lento, notando la expresión ausente de su hermano.
—¿Madrugaste? —preguntó, intentando sonar casual.
James no respondió de inmediato. Luego, sin mirarlo:
—¿Fuiste a ver a Jonathan?
Noah asintió, cruzando los brazos.
—Sí. Ayer por la tarde.
James giró apenas el rostro.
—¿Cómo está?
Noah soltó un suspiro, largo, como si se le escapara algo más que aire.
—Débil. Pero sigue aferrado. Aún con vida.
James asintió con lentitud, como si esa respuesta le pesara.
—¿Pudiste averiguar algo sobre Isabelle?
Al escuchar el nombre, Noah tragó saliva. Su mirada se mantuvo firme, pero por dentro, la mentira le dolía.
—No… No pude. —Su voz fue baja, contenida.
James cerró los ojos por un momento, frustrado.
—No sé por qu