La luz de la mañana se filtraba por los ventanales de cristal esmerilado de la mansión en Belvedere Hill, tiñendo los muros con tonos cálidos de cobre y rosa. Afuera, los viñedos aún dormían bajo la niebla suave del amanecer. Dentro, en una habitación del segundo piso, el aire tenía otro tipo de quietud.
Isabelle despertó lentamente, su mejilla apoyada sobre el pecho desnudo de James. El latido rítmico bajo su oído le recordó que no soñaba, que no era una fantasía tejida por deseo. Era real. Estaba ahí. Con él. Sus dedos acariciaron el contorno de su torso con cuidado, como si temiera que al moverse demasiado se rompiera la magia que aún flotaba entre las sábanas suaves. —Ya estás despierta —murmuró James, sin abrir los ojos. —Hace unos minutos —respondió Isabelle, en voz baja—. No quería moverme. Me gustó donde terminé. James soltó una sonrisa en el aire, estirándose un poco sin apartarla. —Podrías haber despertado en un sitio mucho más comprometido… y sin sábanas, si no fuera porque colapsamos como dos adolescentes. —Mentira. Adolescentes no tienen este tipo de autocontrol —Isabelle bromeó, girándose ligeramente para mirarlo de frente. La sonrisa de él se desvaneció con suavidad, y lo reemplazó una expresión más seria. —Fue intenso —dijo—. Y hermoso. Pero... —Pero… —ella repitió, sabiendo lo que vendría. —No estuvo bien, Isabelle. Ella lo miró, sin retroceder. —Noah quiere un matrimonio abierto, James. Eso es lo que me ofreció. ¿Dónde está el error en buscar consuelo? James se incorporó, apoyando la espalda en el cabecero con cuidado. La sábana le caía hasta la cintura. —¿Y esto fue consuelo? ¿O venganza? —¿Venganza? —ella resopló—. No necesito vengarme de alguien que cree que puede compartirme como si yo fuera una negociación. Lo que hicimos fue elección. James la estudió con la mirada, como si tratara de ver más allá de sus palabras. —Entonces dime que no me usaste para castigar lo que te dolió anoche. Isabelle rió, bajando la mirada a sus manos. —Tal vez estoy buscando excusas... para no admitir que eres tan sexy como tu hermano. James abrió los ojos por completo, sorprendido. Luego se echó a reír, una carcajada real, cálida, que llenó la habitación. —Eso fue lo menos político que has dicho desde que volviste a York. —Lo sé. Me sentía diplomática ayer. Hoy me siento descompuesta. —¿Descompuesta? —Una mezcla de deseo residual y arrepentimiento elegante. James la tomó de la mano, entrelazando los dedos como si fueran engranajes que ya no sabían girar solos. —No tienes que arrepentirte. Pero sí tienes que saber qué significa esto. —¿Y tú sabes? Él la miró con algo más profundo que deseo. —Sé que si vuelves a esa mansión con la idea de que Noah puede darte la mitad de un amor… yo voy a seguir sintiendo que tú mereces el amor completo. Incluso si no es conmigo. Isabelle lo contempló en silencio. Luego suspiró y se apoyó en su pecho otra vez. —Entonces no me hagas pensar demasiado por ahora. Solo… quédate conmigo. Esta mañana. James la besó en la frente. —No tengo reuniones hasta las once. —Perfecto. Te reto a convencerme de que eres menos sexy que Noah… antes del desayuno. Él rió de nuevo. —Imposible. Ni el café logra eso. Y así, entre bromas, caricias y esa ternura que no se nombraba, la mañana se extendió sin prisa. Las heridas seguían ahí, pero por unas horas, el mundo se detuvo. Justo entre sus brazos. *** Mas tarde, el auto que James había enviado con Isabelle se detuvo con elegancia frente a la Mansión Moore. El chofer bajó y abrió la puerta trasera, permitiendo que Isabelle descendiera con la calma de alguien que había enfrentado una noche larga y emocional. El vestíbulo de la mansión estaba encendido con luz natural que se filtraba por los ventanales, pero la atmósfera no era cálida. Sus padres la esperaban al pie de la gran escalera. La señora Hartley fue la primera en hablar, ajustando el pañuelo de seda sobre sus hombros con inquietud contenida. —¿Dónde has estado, Isabelle? No llegaste. No avisaste. Tu padre y yo estábamos por llamar a la policía. Isabelle apenas alcanzó a responder antes de ver a Noah bajando las escaleras con expresión preocupada. Él aceleró el paso y, sin pedir permiso, la rodeó en un abrazo apretado. —Pensé que te había pasado algo —murmuró contra su cabello. Isabelle respondió al abrazo, pero su voz fue distinta. Firme. Herida. —Estoy bien. Pero pasé la noche en un hotel… porque tú te desapareciste. Me dejaste sola en el bar, Noah. La señora Hartley giró hacia él de inmediato. —¿La dejaste sola? Noah se alejó un poco de Isabelle, la miró con arrepentimiento. —Lo sé. Lo siento. Me distraje, me fui. Fue un error. No volverá a pasar, te lo prometo. Isabelle negó suavemente con la cabeza, sin agresión, pero sin perdón automático tampoco. —Espero que no. No me gustan los compromisos que se olvidan cuando la música sube. El señor Hartley, hasta entonces silencioso, asintió con gravedad. —Bienvenida, hija. Habremos de conversar más tarde. Ella giró hacia la escalera. —Primero necesito una ducha. Y quizás olvidar esta entrada de novela. Subió sin mirar atrás, dejando a Noah quieto en el vestíbulo, sus padres intercambiando miradas de incomodidad. Mientras los pasos de Isabelle se perdían en el segundo piso, el silencio que dejó fue más revelador que cualquier discurso. La habitación de Isabelle estaba envuelta en silencio. El olor a jazmín flotaba en el aire, discreto y persistente. Sentada sobre la cama, con las manos en el regazo, intentaba ordenar sus pensamientos cuando Vivianne entró, cerrando la puerta detrás de ella con suavidad. —¿Qué es lo que pasa? —preguntó sin rodeos, cruzando la habitación con esa gracia controlada que le era tan característica—. No parecías muy feliz cuando Noah te abrazó. Isabelle se encogió de hombros, evitando su mirada. —No pasa nada, mamá. Vivianne la observó con atención, como si pudiera desentrañarla con solo una mirada. —Isabelle... He visto esa expresión antes. Tú no estabas tranquila, estabas fingiendo. Hubo una pausa. Isabelle bajó la vista, jugando con uno de los pliegues de su vestido. —¿Y si quisiera a James en lugar de a Noah? Vivianne se quedó en silencio por un instante. Se sentó frente a ella, su tono al hablar fue contenido pero firme. —Entiendo que puedas sentirte atraída por James. Es encantador, inteligente... tiene presencia. Pero no es tu futuro. El heredero de los Moore es Noah, y es con él con quien debes construir una vida. Si hay algo con James... necesitas cortar esos lazos antes de que se conviertan en algo más difícil de manejar. Isabelle levantó la mirada con una mezcla de serenidad y algo más calculado. —No me siento atraída hacia James. Solo lo decía por curiosidad. Vivianne la observó unos segundos, como si quisiera descubrir si detrás de esa aparente calma había una tormenta. Finalmente se levantó y se dirigió al espejo. —Esta noche cenaremos en el Jardín Fontenay. Solo los Moore y nosotros. Quiero que te arregles bien. Isabelle la siguió con la mirada, buscando matices en sus palabras. —¿Solo los Moore? Vivianne se volvió, recogiendo un mechón suelto del cabello de su hija con ternura. —Sí, Noah, James, sus padres. Tu padre, yo y tú. Es una ocasión especial. Asegúrate de estar impecable. Isabelle asintió, con una leve sonrisa. —Me arreglaré lo mejor que pueda. Vivianne sonrió con aprobación, tocando el hombro de su hija antes de salir. —Noah quedará fascinado con lo que te pongas. Isabelle respondió con una sonrisa más firme. —Eso espero. Pero en su mente, el vestido que elegiría no sería para fascinar a Noah. Sería para dejar a James sin aliento.