Zeynep, agotada, se sentó finalmente con la mirada fija en la puerta.
El silencio en la mansión era tan espeso que podía escuchar el latido de su propio corazón.
Esperaba, con una mezcla de miedo y esperanza, el sonido que anhelaba oír desde hacía horas: los pasos de Kerim cruzando el umbral.
De pronto, la cerradura giró.
El portón se abrió con un golpe seco y el eco retumbó en toda la casa.
Zeynep se puso de pie de inmediato.
Kerim apareció tambaleándose, con la camisa arrugada, el rostro desencajado y el olor del alcohol impregnando el aire.
—¿Kerim? —susurró ella, corriendo hacia él—. ¡Dónde estabas!
Él alzó la mirada. Sus ojos rojos la buscaron, y una sonrisa torpe se dibujó en sus labios.
—¿Dónde estaba? —repitió, arrastrando las palabras—. Pues… me acaban de robar. —Rió sin alegría—. Sí, me quedé sin nada. Y, para colmo, quedé debiendo dinero en el club.
Selim y Baruk, alertados por el comportamiento de su hijo.
Baruk, con el rostro endurecido, lo miró con decepción y rabia cont