El comedor principal de la mansión Baruk estaba iluminado por el resplandor cálido de la lámpara de araña de cristal, pero la luz no lograba disipar las sombras que se cernían sobre la mesa. La cena, habitualmente un momento sagrado para la familia, se había convertido en un ritual de silencios incómodos y cubiertos chocando contra la porcelana.
Baruk presidía la mesa, con el color volviendo lentamente a sus mejillas tras su estancia en el hospital. A su derecha, Selim vigilaba que su esposo no comiera nada prohibido por los médicos. A su izquierda, Ariel movía la comida de un lado a otro del plato sin probar bocado. Parecía una muñeca de porcelana rota; sus ojos estaban hinchados y su postura, usualmente altiva, estaba hundida. La silla vacía de Emmir, al lado de ella, era un agujero negro que absorbía la energía de la habitación.
Frente a ellos, Kerim y Zeynep comían en silencio. O al menos lo intentaban. Zeynep sentía la mirada de Kerim sobre ella, controlando cada gesto, cada resp