capitulo 3

Capitulo 3

Desvarío

*Nina*

"Ratoncita, ¡Sueña conmigo!.

La nota, escrita con una caligrafía que parecía un río de seda negra que se deslizaba sobre el papel, me envolvió en un velo de curiosidad. ¿Quién la había enviado?, ¿cómo sabía esa persona esa palabra que solo había sido susurrada en la oscuridad de mi mente?

Mi juicio estaba nublado, una niebla que se extendía sobre mi mente. Me quedé ahí parada, analizando la caligrafía, trazos fluidos como la llama de una vela que bailaba en la oscuridad. Las letras escritas con pluma y tinta eran como un susurro en mi oído, un cuchicheo que solo yo podía escuchar.

El misterio me envolvía como una capa de seda oscura, suave y seductora. Podría formular miles de preguntas, pero todas quedarían sin respuestas, igual que un eco en un valle vacío. ¿Que significa esto?, ¿Averiguar quién la envío? La duda era un veneno que se infiltraba en mis venas, un veneno que me hacía sentir viva.

Guardé la nota en el bolsillo de mi falda, decidi guardarla hasta que averiguara quién la había enviado.

Tuve que sacudir mi mente para despejarla un poco, tenía que centrarme en lo importante: mi trabajo.

Podría preocuparme por el misterioso mensaje más tarde, por ahora debía mantener la calma. Aceleré el paso para alcanzar al doctor Carson, que se había adelantado.

Hoy no regresaría a casa temprano. Mi turno en el área de urgencias terminaría hasta las siete de la noche.

Al correr la cortina, me encontré con la niña recostada en la cama, su brazo hinchado y morado como una fruta madura. Su rostro pálido y sus ojos cansados me miraban con una mezcla de dolor y miedo.

El doctor Carson tomó unas radiografías de su mano y las examinó mientras yo revisaba su medicación. De repente, me preguntó.

—¿Asi que te quedas en el hospital al final de todo? — Me pilló por sorpresa.

Era una afirmación más que una pregunta. El doctor Carson y yo nos llevábamos bien técnicamente hablando, al final éramos compañeros de trabajo, pero no éramos exactamente amigos. No solía hacerme preguntas personales, así que me sentí un poco confundida.

—¿Es a mí?— le pregunte, sintiendo un poco de curiosidad. El doctor Carson me miró con una sonrisa cálida.

—Nina— me dijo, su voz amable.

— Si — respondí, anotando las dosis de medicamento administrado.

Me sentí un poco incómoda, no sabía por qué el doctor Carson le interesaba si me quedaba o no. ¿Tal vez solo trataba de hacer charla? ¿O simplemente estaba siendo amable? No lo sabía, pero una sensación rara me invadía siempre que estaba cerca de el.

—Me enteré por ahi, que alguien te recomendo —. Me sentí desconcertada, pero también un poco sorprendida.

¿Quién me había recomendado? No sabía qué responder, así que simplemente asentí con la cabeza.

— Noo lo sabía, no imagino quien pudo haber echo eso— mi labios se torcieron en una mueca.

—No te subestimes, Nina. Eres una excelente enfermera— Un poco emocion. Me invadió por su comentarios

El doctor Carson me entregó la radiografía.

—Programa el quirófano para mañana temprano.

Últimamente mi estres subio por la responsabilidad, pero también emocionada por la oportunidad de aprender y crecer en mi carrera. Sin embargo, no podía sacudir la sensación de que el doctor Carson me estaba tratando de decir algo más, algo que no estaba seguro de cómo interpretar.

Pasamos al siguiente paciente, un hombre de cuarenta años. El doctor Carson se acercó a su costado derecho

—¿Cuál es su molestia, señor... Zúñiga?—. Pregunto el.

—Un intenso dolor abdominal— respondió el señor con voz dolida.

Saqué un paquete de guantes sellados del gabinete y se los pasé al doctor Carson. Sus dedos se rozaron con los míos, y una descarga eléctrica recorrio por mi tanto que me hizo estremecer.

El doctor Carson palpo el vientre del paciente y luego se retiró los guantes para desecharlos en el cesto de basura. Mientras él trataba al paciente, yo le colocaba una vía intravenosa.

—Son muy hábiles sus manos— elogió mi técnica, con una sonrisa de aprobación.

Sonreí, sintiendo un orgullo que no había sentido en mucho tiempo. Hacía tiempo que nadie me elogiaba, excepto mi abuelo. Creo que si no fuera por él, hoy no estaría en este punto de mi vida.

—Sí, bueno, alguien solía decirme que tenía un don para curar— mencioné, con una mirada distante, perdida en los recuerdos.

Mi mente se transportó a la infancia, a los momentos que pasé con mi abuelo.

Pero mi abuelo ya no estaba. Y mi madre... mi madre era una historia diferente. Crecer con una madre antipática no fue tan malo como cualquiera podría pensar. Después de la muerte del abuelo, ella me enviaba a internados y campos de verano con tal de mantenerme lejos de ella.

Una parte que aprendí fue a suprimir mis sentimientos o, como ella decía, "saber controlarlos". Muchas madres les contaban cuentos y leyendas a sus hijos, les enseñaban que podían esperarles una vez que se abrieran al mundo, pero ella no fue así.

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