A duras penas cruzábamos palabras, tanto que, según ella, me envió a la mejor universidad para estudiar enfermería. Solo fue una excusa para seguir lejos de ella. Obedecer siempre a mi madre, tal vez así ella algún día demostraría alguna señal de cariño o amor hacia mí. O simplemente así era su forma de querer.
—Bueno, esa persona tal vez no estaba tan equivocada— dijo, suavemente que me hizo sentir un poco más segura. Me sentí un poco aliviada cuando el doctor Carson trató de calmar mis emociones con una sonrisa tranquilizadora. Pasamos de paciente en paciente hasta que por fin acabamos por el momento. Solo faltaba hacer mi informe para el turno que entraba y dejar todo en orden. El olor a desinfectante y el zumbido de las máquinas de monitoreo me rodeaban, recordándome que estaba en un lugar de curación y cuidado. El doctor Carson me pidió que revisara el depósito para ver si quedaban algunos suministros. Me mostró los empaques y asentí con la cabeza. Me encontré con la encargada, que estaba a punto de salir. —¿Vas de salida?— le pregunté, viendo su bolso y llaves en mano. Ella sonrió y me dijo que sí, que ya había terminado su turno. —Sí, ¿necesitas algo?— me preguntó. Le mostré los empaques y me dio la llave. —Están en el estante del fondo, arriba de las inyecciones. Le entregas la llave a Luisa, fue al baño. El almacén parecía un laberinto oscuro y abarrotado. El aire estaba lleno de polvo y el olor a papel y cartón me rodeaba. La atmósfera era pesada y opresiva, como si el tiempo mismo se hubiera detenido allí. Caminé entre los pasillos, pasando uno por uno hasta llegar al fondo. Las jeringas estaban a la altura que mis brazos aún las alcanzaban, pero los medicamentos me quedaban más altos. Sentí un poco de ansiedad al pensar en subir a la escalera para alcanzarlos. Miré a mi alrededor y encontré una pequeña escalera de tres escalones. La tomé y subí, sintiendo un poco de inestabilidad en la escalera. Bajé lento un escalón a la vez, aún con la mirada hacia el estante, cuando la sensación de una presencia detrás de mí que me erizó la piel. En un movimiento rápido poso sus manos en mi cintura y giro de mi, quedando así frente a el, se acercó a mi cuerpo y apoyó sus labios sobre los míos. Sus labios se posaron sobre los míos con una suavidad que me hizo estremecer, esa sensibilidad recorriendo mi cuerpo de nuevo. La sensación de sus labios sobre los míos fue como una ola de calor que me recorrió todo el cuerpo, dejándome sin aliento y sin pensamiento. Quería dejar que el momento me consumiera, que la pasión y el deseo me llevaran a un lugar donde no hubiera pensamientos ni dudas, solo la sensación de estar viva y conectada con alguien más. Pero... pero... al cerrar los ojos, solo podía ver esos ojos verdes expectantes con una mirada severa y siniestra. No había necesidad de hablar, entendía esa mirada. Era una mirada que me helaba la sangre, que me hacía pensar como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. Abrí rápidamente los ojos y me aparté del doctor, sintiendo un escalofrío que me recorrió la espalda. No dije nada, ni una sola palabra salió de mis labios. Salí corriendo, sintiendo una gran náuseas que amenazaban con arrojar todo lo que había almorzado esa tarde. Entré frenética en el baño y me acuclillé frente al inodoro, sintiendo el frío del suelo de baldosas bajo mis rodillas. "Ahí va mi almuerzo". El dolor de mi estómago era leve, ya había pasado. Jalé de la cadena y ese líquido asqueroso se fue por el desagüe. Me incorporé, lista para salir del cubículo, cuando un susurro llegó a mis oídos... "Ratoncita". El tono en que lo pronunció y la voz que le dio vida a esa palabra era la misma. Era una voz que me hacía sentir observada, como si alguien estuviera acechándome en la sombra. Cerré la puerta detrás de mí, mirando de lado a lado, buscando el origen de esa voz. Todos los cubículos estaban cerrados, así que miré bajo de ellos, pero no vi nada. No había nadie. Un escalofrío me recorrió la espalda, y mi corazón comenzó a latir con una frecuencia alarmante. Me coloqué frente al espejo y apoyé mis manos sobre mi rostro, sintiendo el calor de mi piel. Mi reflejo me miraba con ojos cansados y una expresión de confusión y miedo. —Me estoy volviendo loca— mi voz era apenas un susurro. Estaba caminando sobre un filo de navaja, sin saber cuándo iba a caer.