Julienne Percy
Ha pasado una semana desde que di a luz a Khaos. Una semana desde que el llanto de mi hijo llenó la habitación, arrancándome lágrimas que entonces creí de felicidad. Ahora no estoy tan segura de lo que sentí aquel día. Tal vez fue alivio. Tal vez fue miedo. O quizás fue una ilusión que desapareció tan pronto como mi cuerpo dejó de doler.
Desde entonces, todo ha sido gris.
No he querido tocarlo. No he querido mirarlo. Cada vez que llora, un escalofrío recorre mi espalda como si fuera una punzada invisible. Siento que soy ajena a él, como si fuera el hijo de otra mujer. Cuando el personal entra con él en brazos, solo tengo ganas de hundirme en las sábanas y desaparecer. A veces lloro sin razón, otras veces solo quiero dormir. Lo cierto es que nunca me sentí tan rota.
Mi alma se está quebrando, y no tengo idea de que ocurre.
Davian ha estado presente. Lo sé. Lo siento en la forma en que el aire se carga cuando entra a la habitación. Me mira, me observa con cautela, como si