El champán estaba frío, la comida era exquisita y la vista desde la terraza de la villa era un panorama infinito de cielo y mar. Isabel se sentía a un millón de kilómetros de su vida real, de las reuniones y de los exnovios. Estaba en un paraíso, y su paraíso tenía nombre: Jared.
Él la miraba por encima de su copa, con una sonrisa divertida en los labios.
—Ahora, de verdad —dijo, su tono era íntimo, cómplice—. Cuéntame. ¿Qué pensaste cuando viste la limusina en lugar de tu coche? ¿Y cuándo viste el helicóptero?
Isabel soltó una carcajada, una risa genuina y liberada.
—Pensé que mi nuevo socio estaba completamente loco —confesó, jugando con el tallo de su copa—. Y después pensé que era el gesto más audaz y romántico que nadie había hecho por mí nunca. Me sentí... como la protagonista de una película.
—Ese era el objetivo —dijo él—. La protagonista siempre se merece un escenario a su altura.
—Ahora tú —replicó ella—. ¿Cuándo se te ocurrió esta locura?
—En el instante en que colgaste el t