El lunes, el día de trabajo fue para Isabel una dulce tortura. Cada correo electrónico, cada llamada, era una distracción que la alejaba de la anticipación de la noche. La promesa de "mañana" de Jared se había materializado en una llamada a mediodía.
—He estado pensando... —dijo él, su voz sonaba cercana, íntima a través del teléfono—. Y creo que esta noche merecemos un poco de tranquilidad, lejos de restaurantes y camareros. ¿Qué tal si cocino yo? Te prometo que mi pasta es casi tan buena como la de Il Postino. Y así... podemos hablar. De verdad.
Isabel aceptó sin dudarlo.
A las ocho, condujo hacia la dirección que él le había enviado, una zona residencial diferente a la suya, más moderna, con casas de arquitectura limpia y grandes ventanales. Se detuvo frente a una de ellas. Era una casa de dos plantas, de líneas rectas, con paredes de hormigón visto y detalles en madera cálida. Era masculina, elegante y sólida. Como él.
Respiró hondo y llamó al timbre.
La puerta se abrió y allí est